martes, 19 de enero de 2010

Metamorfosis

Cuando uno se encuentra con esta palabra, o bien recuerda a Kafka o se le vienen a la memoria los gusanos de seda o las orugas y mariposas de El principito.
Pero cuando un artículo va firmado por Edgar Morin, con el título de Elogio de la metamorfosis, la tentación de leerlo es irresistible, conociendo la agudeza, profundidad y pensamiento abierto de este autor, filósofo, sociólogo preocupado por los temas de actualidad de mayor impacto. Es curioso que cuando abres en Internet su biografía el subtítulo de su nombre es “El pensador planetario de las luciérnagas más luminosos”
Así he considerado yo también este artículo en “La Cuarta página” de El País de domingo 17 de enero.
Hace unos días escribía sobre la conversión, desde un punto de vista religioso cristiano evangélico. De alguna manera esta metamorfosis de Morin iría en esa línea: pero evidentemente que para él se trata del problema no tanto particular o individual, sino el reto más importante de la Humanidad en su conjunto.
Ese grito reiterativo y solemne de los altermundistas de que otro mundo mejor es posible, y de que no solo es posible, sino necesario y urgente lo retrata también Morin en su artículo recordando que no se trata –dice al final- de una esperanza en el mejor de los mundos, sino simplemente en un mundo mejor.
El análisis que hace Morin nos lleva a pensar que frecuentemente la historia ha sufrido metamorfosis, no solo en aquello que los biólogos evolucionistas llaman “mutaciones”, ni sólo en los casos conocidos de determinadas especies cuyo desarrollo está sometido a este tipo de trasformación, sino también en momentos cruciales de los pueblos, las naciones, las civilizaciones, las religiones y las culturas. Momentos que podrían llamarse “estelares” por su enorme significado universal y por los cambios substanciales que han producido o provocado.
Lo triste es que la utopía imaginada, como la metamorfosis soñada, acaban generando algún tipo de anquilosamiento o esclerosis múltiple capaz de apagar la esperanza en aras de una seguridad y una certeza; pero como dice expresamente Edgar Morin, la verdadera esperanza sabe que no es certeza, y muchos con tal de regresar a las certeza, matan la esperanza, como otros que desconociendo a donde lleva la metamorfosis de la oruga acaban con ella no sea que se convierta en un depredador de plantas. Cuando no se tiene confianza en la historia ni esperanza en el ser humano, no hay posibilidad de cambiar nada, ni de conversión profunda y seria, ni modificación de tantas cosas, aun reconociendo que constituyen, tal como están, una calamidad para los humanos y para el planeta.
La esperanza constituye, quizá, la base genérica de donde puede partir la meta-morfosis del mundo y la meta-noia personal. Cinco razones nos presenta Morín que yo resumo así:
El surgimiento de los improbable; Las virtudes generadoras inherentes a la humanidad; la fuerza de la crisis planetaria impulsora de alternativas; los valores que despliega el peligro, añadiendo “allá donde crece el peligro, crece también lo que nos salva”; la eterna y general aspiración humana a la armonía, la paz y la justicia y el sueño de las incansables utopías, el hervidero de iniciativas solidarias caminando en una misma dirección aunque con diversos puntos de partida.
Casi al final de su escrito, que recomiendo, añade:”Hoy, la causa es inequívoca, sublime: se trata de salvar a la humanidad”.

Pensamientos sobre la paz, a propósito de Gandhi

El legado de Gandhi y el de los grandes luchadores no violentos, pero audaces, atrevidos, valientes y arriesgados hasta poner en peligro sus propias vidas, no ha concluido con las celebraciones del Día Escolar de la no violencia y de la Paz que ahora se celebra en los centros escolares sin demasiadas referencias comprometidas. Muchos han sido y siguen siendo los discípulos de Gandhi que están en la brecha, intentando incluso a riesgo de su vida un mundo más justo, en paz, denunciando el vergonzoso e indecente negocio de la armas que seguimos realizando sin el menor desparpajo, y con ese convencimiento que no pudo y no quiso evitar Obama al recibir el premio Nóbel de la Paz, esto es: Que las guerras son un mal necesario para lograr la paz y no un camino totalmente equivocado para solucionar problemas. Las guerras sólo consiguen multiplicar los problemas, no resolverlos. Y no hay ni ha habido una guerra que no haya sido deplorable y destructora y que no haya acarreado destrucción y crecimiento del odio. ¿Qué resuelve una guerra?
Gandhi fue un modelo de quien pudimos aprender que no hay más guerra que la que el hombre tiene que llevar a cabo contra sus demonios interiores, que ante la injusticia lo que cabe es el rechazo más total con una denuncia que frecuentemente implica riesgos. Eso lo vemos con los fiscales que luchan contra la Camorra Napolitana, los vemos en la Gente de Greenpeace, enfrentándose a la cárcel y a las detenciones, lo hemos visto hace poco en Aminatur Haidar, defendiendo los derechos del pueblo Saharaui, lo vemos en los montones de cooperantes, creyentes o no, que viven en los bordes de la pobreza humana, en los bordes del dolor, en las fronteras del olvido, en la cuerda floja para defender la justicia frente a los poderosos que aplastan: Médicos sin fronteras, Manos Unidas, Cruz Roja, Inntermon Oxfam: Cáritas, Entreculturas, Ayuda en Acción, y un gran etcétera que nos recuerda, como ya apuntaba alguien, que el mal arma demasiado escándalo y se convierte fácilmente en Noticia, mientras que el bien trabaja en silencio y actúa sin ruido sin vociferar, procurando que “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”.
Esa es casi la única esperanza que le queda al mundo para creer que esta realidad tan triste que nos envuelve y que cae sobre el mundo como un alud devorador, pueda alguna vez resolverse. La no violencia de Gandi es una verdadera re-conversión, un cambio interior, una convicción absoluta respecto de cómo trabajar para cambiar el mundo que no cosiste en otra cosa que derrotar al mal a fuerza de bien.
Lo triste es que quienes mayores recursos poseen, los que están aferrados y apegados a su poder a su dinero y a su nivel de vida, cada día se hacen –o nos hacemos, sálvese quien pueda- más incapaces de esa conversión total que supone la renuncia al bienestar, pero nunca a estar bien con nosotros mismos. Lo que tenemos de alguna manera se ha apegado tanto a nuestro ser que hemos caído en la vieja trampa de que tanto tienes tanto vales, y no estamos dispuestos a perder nuestro valor porque hemos confundido totalmente lo que El legado de Gandhi y el de los grandes luchadores no violentos, pero audaces, atrevidos, valientes y arriesgados hasta poner en peligro sus propias vidas, no ha concluido con las celebraciones del Día Escolar de la no violencia y de la Paz que ahora se celebra en los centros escolares sin demasiadas referencias comprometidas. Muchos han sido y siguen siendo los discípulos de Gandhi que están en la brecha, intentando incluso a riesgo de su vida un mundo más justo, en paz, denunciando el vergonzoso e indecente negocio de la armas que seguimos realizando sin el menor desparpajo, y con ese convencimiento que no pudo y no quiso evitar Obama al recibir el premio Nóbel de la Paz, esto es: Que las guerras son un mal necesario para lograr la paz y no un camino totalmente equivocado para solucionar problemas. Las guerras sólo consiguen multiplicar los problemas, no resolverlos. Y no hay ni ha habido una guerra que no haya sido deplorable y destructora y que no haya acarreado destrucción y crecimiento del odio. ¿Qué resuelve una guerra?
Gandhi fue un modelo de quien pudimos aprender que no hay más guerra que la que el hombre tiene que llevar a cabo contra sus demonios interiores, que ante la injusticia lo que cabe es el rechazo más total con una denuncia que frecuentemente implica riesgos. Eso lo vemos con los fiscales que luchan contra la Camorra Napolitana, los vemos en la Gente de Greenpeace, enfrentándose a la cárcel y a las detenciones, lo hemos visto hace poco en Aminatur Haidar, defendiendo los derechos del pueblo Saharaui, lo vemos en los montones de cooperantes, creyentes o no, que viven en los bordes de la pobreza humana, en los bordes del dolor, en las fronteras del olvido, en la cuerda floja para defender la justicia frente a los poderosos que aplastan: Médicos sin fronteras, Manos Unidas, Cruz Roja, Inntermon Oxfam: Cáritas, Entreculturas, Ayuda en Acción, y un gran etcétera que nos recuerda, como ya apuntaba alguien, que el mal arma demasiado escándalo y se convierte fácilmente en Noticia, mientras que el bien trabaja en silencio y actúa sin ruido sin vociferar, procurando que “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”.
Esa es casi la única esperanza que le queda al mundo para creer que esta realidad tan triste que nos envuelve y que cae sobre el mundo como un alud devorador, pueda alguna vez resolverse. La no violencia de Gandi es una verdadera re-conversión, un cambio interior, una convicción absoluta respecto de cómo trabajar para cambiar el mundo que no cosiste en otra cosa que derrotar al mal a fuerza de bien.
Lo triste es que quienes mayores recursos poseen, los que están aferrados y apegados a su poder a su dinero y a su nivel de vida, cada día se hacen –o nos hacemos, sálvese quien pueda- más incapaces de esa conversión total que supone la renuncia al bienestar, pero nunca a estar bien con nosotros mismos. Lo que tenemos de alguna manera se ha apegado tanto a nuestro ser que hemos caído en la vieja trampa de que tanto tienes tanto vales, y no estamos dispuestos a perder nuestro valor porque hemos confundido totalmente lo que somos con lo que tenemos, y no hay falsedad más grande.