martes, 23 de febrero de 2010

Encubridores

Acabo de ver un vídeo sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos el año pasado en Gaza por esos miserables Sionistas, bombardeando indiscriminadamente, utilizando armas químicas prohibidas, masacrando a conciencia a un pueblo desarmado, salvo cuatro exaltados; (compárense más de 1.300 víctimas palestinas frente a menos de una decena entre los israelíes, eso lo dice todo).
Acabo de recordar que nuestro diligente gobierno modificó los términos de la ley de justicia universal para poder preservar de denuncia o imputaciones a los masacradores israelitas. Recuerdo también que la comunidad internacional, discutiendo los 25 (por decir algo) misiles caseros de Hamás, dejaba entrever su connivencia con la apisonadora israelí que fue perdonada incluso de haber bombardeado centros de Naciones Unidas, almacenes de alimentos, hospitales y haber arrebatado la vida a centenares de niños…
Lo peor de todo es que esa función de encubridores de crímenes de guerra de gente que son los victimarios de una persecución y de la cual hablan en términos de shoad (holocausto) no se dan cuenta que están repitiendo con el pueblo palestino la misma tragedia de la que los nazis los convirtieron a ellos en víctimas.
Todavía otra cosita más. Desde hace unos días se habla de “castigar” al juez Baltasar Garzón por el enorme atrevimiento de plantear hacer alguna justicia a las víctimas del franquismo, (que no dejó de ser una bomba con efectos retrasados desde el momento en que se quiso enterrar la historia baja la mesa de los padre de la constitución en la llamada transición ejemplar) y que, en parte, fue también una traición a la memoria y a los legítimos seguidores de la república.
Vale que en 1975 los tiempos eran demasiado complejos para ello, pero ahora nadie debería extrañarse de que se reivindique la memoria de víctimas de una dictadura que actuó con alevosía y zaña inauditas para acabar con los opositores a un sistema copia del más puro de los fascismos.
Como ya se decía en plan de chiste aquí todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros y esos al parecer siempre son los ¨”grandes”: Franco, Israel… o Estados Unidos cuando viene al caso.
Quizás convenga quitarse ya las caretas de tanta hipocresía y dar la verdadera cara por las verdaderas causas justas, caiga quien caiga.
La suspensión de Garzón sería la gota que colma el vaso… Aunque soy consciente de que no conozco los entresijos del asunto… Pero como todo es igual…

viernes, 19 de febrero de 2010

Fe inamovible

Escribía hace unos días Manuel Vicent, (El País, domingo 14 de febrero de 2010) en su columna La niebla que los españoles funcionamos al parecer con sistema binario como los ordenadores: 01 01, al estilo de on-off, al modo del si-no, de negro blanco, de bueno malo, de ángel-demonio, de cielo-infierno.
Por el contrario, venía a decir, en el resto de Europa la ciencia y la cultura se construyeron en base a la duda metódica, lo cual arrastra a formas de respeto y tolerancia mucho más amplias que las que solemos practicar por estos lares.
Añade, además, que entre nosotros “la duda se interpreta como una falta de coraje” lo cual nos ha llevado siempre a las actitudes intransigentes, intolerantes, y –hablando desde el punto de vista de la religión- considerando la fe como algo que no admite dudas, nos llevó a la expulsión y persecución de moriscos y judíos y a tener una inquisición modélica en la defensa de sistema binario “si o no como Cristo nos enseña” sin dejar resquicio a las duda, y atacando planteamientos o reflexiones teológicas diversas que ofrecían aquellos que –enseguida- fueron llamados y considerados herejes.
Mal camino la fe que no deja espacio a la duda, mal camino la fe que no da espacio a una creencia distinta, haciéndose absoluta y totalitaria: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”, “fuera de la Iglesia no hay salvación” quien diga lo que quiera que sea o piense algo ajeno al pensamiento o doctrina de la iglesia, “anathema sit”, sea condenado.
Por ello me preocupa mucho el hecho de que determinados conceptos de Dios sean tan expresamente defendidos que provoquen al fin, no otra cosa que incoherencia y cosas sobre Dios carentes de sentido.
Lo pensaba hace días a propósito de muchas consideraciones surgidas al hilo del terremoto de Haití.
Para mí es inaceptable la idea de que Dios, sabe, quiere y permite estos acontecimientos que acaban con la vida de cientos de miles de personas, y más todavía si su omnipotencia es considerada de tal manera que estaría en su mano impedirlo, pero no lo hace, lo que significaría de Dios maneja (como los viejos dioses griegos) la fuerza de los elementos de la naturaleza a su arbitrio y voluntad y que la realidad toda es una pura marioneta en manos de la omnímoda voluntad de Dios.
Seguimos sacando el deus ex machina para justificar lo injustificable o para darle una solución final a una situación de aporía. Dios se queda tan limpiamente fuera de toda responsabilidad en estas situaciones, según los creyentes, que lo consideran siempre inocente. Y como sabe lo que se hace somos nosotros los torpes mortales los que no comprendemos sus designios ni el proyecto que él tiene para cada uno de nosotros.
Por el contario el Dios que yo entiendo o trato de entender es un Dios Espíritu, fuerza, energía, ruaj, impulso interior. Es, si se quiere, aquel Dios que impulsó la explosión inicial del universo y dejó en él el dinamismo de creación y crecimiento, de expansión, de ascensión y complejificación y quien dejó inscrita en la materia el ansia de movimiento hacia todas las formas de plenitud. Es el Dios que actúa en el corazón espiritual de la materia, que habla al corazón humano, que se hace humano y comparte la limitación, la finitud y la contingencia de lo humano, pero nunca lo podré considerar el dios pagano que maneja todas las criaturas como quien mueve los hilos de una marioneta. La creación entera tiene sus leyes autónomas que no dependen de una decisión divina sino que responden al dinamismo propio de seres creados, imperfectos, incompletos, las leyes de la gravedad no están dependiendo de actos determinados por Dios, sino que es una ley, por decirlo así, autónoma. La fragilidad humana la hace víctima frecuente de cualquier acontecimiento, pero siempre respondiendo a motivos físicos, químicos, biológicos, psicológicos… Todas las consecuencias de una situación tienen una etiología, una causa, pero no siempre un responsable.
Desbordamientos de ríos, terremotos, erupciones volcánicas, enfermedades, etc. no son sino hechos que provienen de una causa, de tipo meteorológico, de tipo geológico, biológico etc. Es verdaderamente absurdo colocar a Dios detrás de esto no ya como causa sino como responsable de las secuelas de estos hechos que pueden dañar, como en el caso de Haití, una ciudad entera y cientos de miles de seres humanos sepultados bajo los escombros.
¿Y qué ha de hacer el creyente una vez que los acontecimientos desbordan todo cálculo y una vez que cae por tierra un sueño largamente acariciado, y se enfrenta al hecho de haber perdido a sus seres queridos y todo su patrimonio de un solo golpe?
Ahora sí, ahora queda aquel recurso a Dios que vive y actúa en el corazón y el espíritu humano, ahora podemos mirar al Dios crucificado que mostró su empatía total con el ser humano, y contó con la debilidad del ser humano asumiendo todo el dolor, todo el sufrimiento Ahora podemos buscar en él la fortaleza necesaria para la lucha que tenemos por delante, para recuperar la esperanza provisionalmente hundida, ahora es el momento de asumir, no eso que se ha dado en llamar la voluntad de Dios, sino los hechos y los acontecimientos como irreductibles, pues ahora la “voluntad de Dios” puede ser ponernos en marcha, unir solidariamente nuestros esfuerzos, levantarnos de la caída, recuperar la fuerza para vivir, reconquistar el amor como lo único necesario y luchar por la justicia y la paz como la clave fundamental de quehacer humano. No muy distinto de aquello que apuntaba Jon Sobrino: bajar de la cruz al pueblo crucificado, comprometerse en la lucha contra cualquier sufrimiento, proceda de donde proceda.
Volver a la vida, mirar a Dios para encontrar la fuerza para seguir adelante y asumir con firmeza la realidad que se nos ofrece “puestos los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe” (Heb.12,2)