domingo, 27 de junio de 2010

Creer en la esperanza. Adiós, José María.

De aquella colección El credo que ha dado sentido a mi vida conservo aún “Yo creo en la esperanza” de Díez Alegría, “Creo…” de José María Llanos, “¡Ay de mí si no evangelizare!” de un tercer José María, González Ruiz.
Pero hay una pequeña obra de Díez Alegría que la conservo, hecha ya casi una baraja; es aquella “Teología en broma y en serio” donde hacía un guiño a Dios quitándole aquella cara de acritud y mal genio con que la teología y sobre todo la teología moral nos dibujaba a nuestro Dios creador de ser humano.
Han pasado muchos años desde aquel libro y aquellos pensamientos relacionados con la teología del concilio Vaticano II. La edición que poseo es de 1975. No sé si José María Díez Alegría se ha marchado a la casa del Padre creyendo aún en la esperanza, por lo menos de tejas abajo.
Por mi parte diría algo de lo que dije de Saramago. Hombres así los necesita el mundo y en este caso hasta la Iglesia, que al parecer se está quedando sin los luchadores, porque después del Vaticano todo ha sido devaluar y devaluar, apagar y apagar, desilusionar una y otra vez a los fieles que piensan… Y estaremos de aquí a poco, echando de menos a estas figuras de peso que estuvieron encendiendo luces en el panorama todavía oscurantista y resistente de la Curia vaticana durante el Concilio Vaticano II y que además arriesgaron algo de sí mismos para abrir de par en par las puertas a al verdadera Luz.
Hoy se está abandonando una fe comprometida en el evangelio de Jesús por una comunidad en la que lo más primario es la aceptación teórica de verdades y afirmaciones y donde lo cultual y lo sacramental adquieren un cariz de absoluto.
El cristianismo no es una creencia sino una existencia, no es un pensar sino un vivir, no es una teoría sino una praxis. Y no otra praxis que la de Jesús plasmada en las bienaventuranzas y el sermón de la montaña sobre todo.
Gracias, Díez Alegría por tu testimonio, tu entrega y tu luz. Con ésta última hemos alumbrado el camino no pocos amigos, compañeros y seguidores del Maestro.
A pesar de todo también yo sigo creyendo en la esperanza.

lunes, 21 de junio de 2010

Saramago: Nada menos que todo un hombre

Como no me he leído más que una parte insignificante de su obra, no puedo hablar demasiado de su literatura; como no le conocía personalmente ni hago viajes a los santuarios personales de las letras, tampoco puedo referirme a él con detalles de amistad o relación personal.
A este tipo de personas lo definió muy bien, hace poco en su columna, Manuel Vicent como “gente con clase” gente que destaca en medio de una lamentable mediocridad general, gente que sobresale, no por el dinero, el poder o la fama, sino por la enorme estatura de su condición humana y su prestigio, coherencia y autoridad personal.
Lo que siempre me ha llamado la atención tanto en sus intervenciones públicas como en lo que he leído en breves artículos suyos y entrevistas, es la profundidad de un ser humano comprometido con las causa del hombre, con la causa de la paz, con la causa de la justicia; crítico tanto con el sistema económico como el político. Y con la religión, que siempre entendió que hacía un análisis parcial y sesgado de sus fundamentos, y que había perdido en parte el horizonte humano de su sentido.
Comparto con él esa perspectiva crítica, en el sentido tan evidente y claro con que hablaba Raimon Panikkar, quien por una parte afirmaba que el auténtico pensamiento no sigue los caminos, sino que los crea, lo cual, en cierto modo, destruye la ortodoxia como una clave para elaborar los pensamientos. Saramago fue maestro en este sentido, tanto en la creación literaria como en la elaboración del pensamiento crítico.
Pero por otra parte, R. Panikkar, afirma que -hablando ahora en términos religiosos- el fin de toda revelación divina y el proyecto salvador de Dios tiene por objetivo al ser humano, al hombre. Toda la actividad “salvadora” de las religiones es la liberación y la salvación, la elevación, la iluminación y la felicidad del hombre.
Pero al parecer la tendencia de las “instituciones religiosas” consiste en el encumbramiento de Dios, al que parecen retratar como un ser ególatra, que espera la alabanza de todos, la adoración, la veneración y el sometimiento. Es evidente para otras personas que intentamos “percibir” los mensajes sin el cauce estrecho de la interpretación dogmatizada, acabamos intensificando la dimensión “humanista y humanitaria” de la religión por encima de las especulaciones dogmáticas sobre el Dios inaccesible.
En ese sentido me ha gustado siempre Saramago. Su preocupación es el ser humano, en todas las dimensiones en que hay que tratar de elevarlo hasta alcanzar su dignidad. De ahí su preocupación –como un comunista libre- por todas las tragedias que sufren los humanos y por todas las injustitas que el propio hombre perpetras, confirmando el viejo dicho de que el hombre es un lobo para el hombre.
Se nos ha ido una inteligencia preclara, un hombre honesto y referente ético en un planeta sembrado de hipocresía, de mentira y de corrupción; se nos ha ido un hombre comprometido social y políticamente, un hombre libre y un campeón también de la literatura.
Todo librepensador y todo pensador crítico encontrará sin duda rechazo, condena y desprecio de quienes se dejan conducir, se dejan manejar, y venden la inquietante libertad de pensamiento por una “tranquilidad de conciencia” para no complicarse la vida.
Adiós, José Saramago, el mundo se ha queda un poco más pobre desde este 19 de junio de 2010.

martes, 1 de junio de 2010

Las incomprensibles contemplaciones con Israel

Una tras otra, uno ve las actuaciones de Israel y su estrategia de destrucción del pueblo palestino, de manera que hay que pensar que tiene razón la autora norteamericana Susan George, quien en su libro “El pensamiento secuestrado” denuncia las posiciones de los neo-con y, a propósito de las religiones, y concretamente sobre Israel afirma que tiene un propósito final irrevocable: recuperar en toda su extensión “la tierra prometida” por Yaveh para el “pueblo elegido”.
No me cansaré de repetir una y mil veces que las religiones no pueden por menos de hacerse un auto-examen y una autocrítica respecto de la seguridad con la que dicen conocer los designios, los proyectos, la voluntad y las palabras de su dios. Esta aberración ha conducido a todas ellas en algún momento de su historia y (mutatis mutandis) en la actualidad, a llevar a cabo en nombre de su dios o su Dios, verdaderas tropelías antihumanas.
Y si algo debe significar, al menos para un creyente cristiano, la fe en Dios, no puede ser otra cosa que un verdadero servicio, y amor al ser humano no su rechazo, inmisericorde en nombre de una Ley (de la que –según san Pablo- ya fuimos liberados) para tener como pauta de vida una actitud de amor que arranca en la tolerancia, sigue en el respeto, continúa con la comprensión y acaba en el amor desinteresado y benevolente.

Y todo esto a propósito del acto de terrorismo de Israel contra la flotilla de la libertad, que al margen de otras consideraciones, no puede ni ser atacada en alta mar, donde Israel no tiene jurisdicción ni dentro de su jurisdicción puede hacerlo arbitrariamente y sin causa justificada.

Pero, como siempre, como tras aquella condena sobre el ataque –regalo de navidad- de Israel sobre Gaza con resultado de centenares de civiles muertos entre ellos unos trescientos niños, la comunidad internacional grita tres días y al cuarto se calla y se hunde en el más vergonzante de los silencios, y se abren investigaciones, y se estudian las condiciones del suceso y se…. Menos abrir las cajas negras de las sucias intenciones israelíes, pues nunca son analizadas.
Los embajadores dan una explicación llena de mentiras y falsos sentimientos de víctimas que ya está bien.
La gente ya ha dicho basta, pero ¿qué hace la comunidad internacional, los estados, la ONU, el Consejo de seguridad, dictando resoluciones que Israel se pasa –como se ha pasado todas las anteriores- por el forro de sus armas?

Son los verdaderos provocadores en estas situaciones y sin embargo nos quieren hacer ver todo lo contrario. Pero bueno, ¿estamos tontos?
¿Hasta cuando? El Estado español ya se encargó de limitar las posibilidades de ejercer la justicia global para otro caso con Israel.
Pero, por Dios y por todos los santos, ¿cuándo vamos a dejar de proteger a estos impresentables sionistas? ¿Cuando vamos a tener el valor de denunciarlos ante la corte internacional y que los lleven también a ellos como fueron llevados los autores del holocausto por crímenes contra la Humanidad? ¿Qué número de muertos, palestinos o no, habrá que poner sobre la mesa para que de una vez por todas, quien tenga que tomarla, tome una decisión ejemplarizante?
Siento rabia.
1 de junio de 2010