lunes, 8 de julio de 2013

Palabras de agradecimiento por el título de Hijos Adoptivos de Rafa Yuste, Miguel Ángel Ibáñez y Paco López de Ahumada

5 de julio de 2013. Fiesta del 246 aniversario de la fundación de Fuente Palmera. Las personas somos como un tapiz o como una tela bordada. La parte que aparece a la vista de todos es normalmente la más bella, la más presentable, la que retrata lo más lindo de nosotros, la otra parte, la parte trasera del tapiz o el bordado es la que cada uno ve desde su interioridad. Generalmente está deshilachada, descompuesta, falta de forma y de belleza, pero es todo ese revés de la trama lo que hace también al ser humano y lo reviste de limitaciones y pequeñez, lo que le permite sentirse humilde, poca cosa y medir la insignificancia de su ser total. Esa apreciación personal del envés del tapiz hace que estos reconocimientos signifiquen siempre una forma de estímulo y un acicate para no tirar la toalla, pero siempre balanceados por los elementos que nos permiten ser conscientes de nuestros límites y nuestra fragilidad. Elevan nuestra autoestima pero no deben alimentar un narcisismo autocomplaciente o una absurda y boba vanidad Nuestro compañero Manuel Fraijó, catedrático de historia de las Religiones en la UNED, (Universidad de educación a distancia) en un reciente homenaje comentaba al responder a los compañeros que al oírlos hablar se preguntaba, ¿Pero es de mí de quien están hablando? A veces no nos reconocemos en el retrato mítico y apasionado que hacen de nosotros quienes nos quieren demasiado. Los curas obreros llegamos a Fuente Palmera cuando hacia muy poco tiempo que había concluido el Concilio Vaticano II, y cuando después del mayo de 68 algo se iba moviendo en España de cara al cambio radical que supondría la muerte de Franco, la transición y la democracia Éramos en principio cuatro. Luego nos quedamos reducidos a dos y vino Miguel Ángel desde las escuelas profesionales de Explosivos Riotinto de Huelva, pues la empresa no estaba conforme con la pedagogía del equipo jesuita que la llevaba. Al final quedamos sólo nosotros tres. Y aquí permanecimos hasta cubrir prácticamente 12 años que estuvimos al frente de la parroquia. "Cuando vinimos como "curas obreros", pretendíamos conjuntar esas dos cosas: evangelizar, que siempre es la misión de un cura (evangelizar, lo que significa es "transmitir una buena noticia") Y hacerlo no sólo en el templo y desde el templo, Traíamos ya la convicción de que no se trataba de acarrear a la gente a la iglesia o al templo, sino de acercarse a donde estaba la gente (la mayoría de la gente, la que no iba a la iglesia sino circunstancialmente). Ese acercarnos nos llevó a donde la gente estaba: en el trabajo, en sus casas, en la taberna, en las ferias, en la emigración. Nos llevó a compartir sus alegrías y sus tristezas, sus luchas y sus esperanzas y a compartir también con ellos las nuestras. Evangelizar de otra manera, compartiendo el trabajo, nos ayudó y ayudó a despertar de un largo letargo como ciudadanos, como seres libres y adultos, como seres responsables no sólo de las propias vidas, sino de la vida social y política (entonces casi inseparables). En nuestro despacho parroquial colocamos dos leyendas (que ahuyentaban a algunos y atraían a otros): "Hay tres formas de relacionarse con el pueblo: vivir con él, vivir para él, vivir de él. En la última entramos todos los privilegiados de la sociedad" (tomada de alguna neurona del mayo del 68). Y ésta otra, tomada de Gandhi: "Predicar el desafecto al actual gobierno (al de entonces, entiéndase, aunque, a veces, no pierda actualidad) se ha convertido en una pasión para mí". Eso fue, en parte al menos, lo que intentamos: vivir para y con la gente y ayudar a preparar otra forma de entender la vida social y política. En aquella atonía cultural, social y política en que el régimen nos sumía, esas dos vertientes resultaron escandalosas para algunos, pero fueron bien comprendidas por la mayoría que, entendió y nos hizo entender, que otra forma de vivir la fe y de vivir como personas era posible. . Hoy también nuestro compañero jesuita el papa Francisco, intenta abrir ese camino de sencillez y de ausencia de boato, lujos o grandezas, para acomodar los gestos de la Iglesia a la elemental simplicidad del evangelio de Jesús de Nazaret, tratando de estar cerca de los pobres, de la gente sencilla del pueblo. Nos sentíamos aquí como sembradores, porque la parábola del Evangelio habla de que la palabra de Jesús es como una semilla que siembra a voleo el sembrador, y que cae una parte en el camino, otra en el pedregal, otra en medio de las zarzas y por último una parte cae en buena tierra y da ciento por uno. Generalmente, dice San Pablo, uno es el que siembra y otro el que siega. Han pasado ya 40 años desde los días en que andábamos sembrando. Algo habrá quedado de aquel ir codo con codo en los surcos, en el girasol, la remolacha, el algodón, entre la cepas de las viñas, arrastrando los fardos, trasladando aprisa los bancos de olivo en olivo o cargando de masa los capachos del molino de Paco Rivero. Y algo habrá quedado de aquellas catequesis y aquel elemental movimiento junior, de unas primeras comuniones despojadas de boato y lujos, algo de aquellos grupos de jóvenes que entre otras cosas montaron Jesucristo superstar, descubriendo también el aspecto más humano de Jesús; o las colonias de verano de Torrox mezclados con niños y niñas del Sector Sur de Córdoba, (los vikingos) o de Bujalance y otros pueblos de la provincia. Muchos sé yo que no han olvidado aquello, pero más seguro estoy aún de que lo sembrado ha echado raíces y ha crecido sin alharacas en el corazón de mucha gente. Alguien preguntó ¿Y qué es lo que han hecho aquí los curas obreros jesuitas? Para algunos éramos un estorbo a la fe, pero para una gran mayoría fue el abrir una puerta cerrada a la gente sencilla desde siglos, fue encender una luz que nunca les había alumbrado, y fue descubrir que había otros caminos para ser cristiano. Personalmente y en nombre de los tres agradecemos este título. Entendemos que este reconocimiento, a juzgar por lo que dice el reglamento parece desmedido respecto a nuestra aportación, pero realmente estamos agradecidos, porque es una rememoración de aquellas ideas simples y prácticas que algo nos hicieron avanzar colectivamente en libertad y en responsabilidad. Según dice el reglamento de distinciones en su artículo 8, estos títulos se pueden conceder a quien o quienes por sus destacadas cualidades personales o méritos señalados y singularmente por sus servicios en beneficio, mejora u honor de (nuestros pueblos); y que hayan alcanzado tan alto prestigio y consideración general, tan indiscutible en el concepto público, que por la concesión del título deba estimarse por el ayuntamiento como el más adecuado y merecido reconocimiento de esos méritos y cualidades, como un preciado honor, tanto para quien lo recibe cuanto para la propia corporación que lo otorga. Gracias pues por haber propuesto que los tres compañeros jesuitas (ellos siguen siéndolo) hayamos sido tenidos en tan alta consideración a ojos de quienes nos han propuesto en la corporación para este título. Gracias a la Corporación, y gracias al pueblo de Fuente Palmera y la Colonia que, particularmente a mí, Paco; me tiene como uno más de sus vecinos y ahora me honra junto a mis viejos compañeros, con este título de hijo adoptivo. Muchas gracias.