Un gran humanista. Así se ha definido por alguien estos días la persona y la figura de Vicente Ferrer.
Insistiré en mis manías sobre el cristianismo y en mi concepción espiritual de las relaciones del ser humano con la Trascendencia. Mientras los humanos no pasaron del mito al logos y del logos al ágape, no era posible entender una relación con Dios que no estuviera marcada por ritos, altares y sacrificios; que no existiera un dios arriba, exigente y vengativo; que no existiera un sacerdote abajo, sagrado intermediario y único capaz de entrar en contacto con el misterio; y que no existiera una víctima (humana o no) que se sacrificaba, quemada totalmente para el dios (holocausto) u ofrecida al dios y compartida por los partícipes (sacrificio de comunión).
Pero lo verdaderamente importante del sacerdocio cristiano, y que viene dibujado magistralmente por la pluma del autor de la carta a los Hebreos, es que Cristo se configura como sacerdote o si se quiere como sumo sacerdote por el hecho de haber ofrecido no una víctima distinta de sí mismo a Dios, sino de haber entendido que Dios no se complace en sacrificios ni holocaustos, hasta el punto de que lo único que tiene sentido es la ofrenda de la propia vida gastada y ofrecida por la vida de los otros, por la vida de los demás.
Cuando veo en las imágenes y las fotos ese rostro y esa mirada de Ferrer compasiva y horizontal, dándolo todo por los semejantes y dejando su cuerpo en el mismo lugar en que se consumió su vida, me parece que no hay un mejor simbolismo del sacerdocio cristiano que ese dejar la vida para dar vida (sacrificarse), al margen de que hubiera tenido que abandonar “el sacerdocio jerárquico”. Porque lo único verdaderamente sagrado es ese ser humano desgarrado y pobre, necesitado y generoso que hemos visto en la India, recobrando su dignidad y valorando, sin necesidad de adoctrinamiento, que un seguidor de Jesús no puede acabar más que como su maestro: convertido en sacerdote que ofrece lo que tiene, su propia vida y su propia existencia para alimentar así la Vida en los otros.. . Pues no otra cosa es la salvación: coger el Agua sagrada de la vida y abrirle cauces hasta que calme la sed de quienes caminan por el desierto. Nuestros ceremoniales pueden estar llenos de encanto y liturgia, de ornamentación y oro, pero la verdadera acción de gracias es poder gozar con alguien de la donación incondicional de la vida.
Francisco López de Ahumada
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