Los debates librados entre los teólogos sobre la manera de entender la Eucaristía, el gesto “en memoria de Jesús” que Él mismo dejó a sus amigos, dejaron muchos ríos de tinta y algunos de sangre.
No va mi reflexión sobre los temas teológicos como tales. Pueden entenderse como se quieran esas palabras de “hoc est corpus meum” (éste es mi cuerpo) y el “hic est calix sanguinis mei”(ésta es la copa de mi sangre)
Está claro que fue una manera con la que Jesús quiso perpetuar la memoria de su entrega total (que se entrega por vosotros) y recopilar en un memorial todo lo que significaba su vida, aquella noche de la cena y lo que estaba a punto de suceder y que él ya preveía.
En aquella cena precisamente hubo muchos elementos que revisten no menos importancia, como tales gestos de Jesús… Pues ¿qué significaba aquel lavar los pies a sus discípulos con el preámbulo o la discusión que mantuvo con Pedro? De la realización de este gesto (¿humillante?) dependía según dijo Jesús a Pedro, el tener o no parte con él.
Luego, rompiendo con la multiplicidad de normas que los judíos tenían para justificarse ante Dios, les propuso un mandamiento muy simple (no un consejo, sino un mandamiento) “Amaos unos a otros como yo os he amado”, haciendo recaer en este detalle que es por ese motivo por el que serían reconocidos por discípulos suyos. (en esto conocerán que sois mis discípulos).
El paganismo y el judaísmo implícito enraizado en la iglesia desde que Constantino cerró el período de persecuciones y adoptó para el imperio la “religión” cristiana, vino a revestir con los habituales ropajes del imperio toda la vida cristiana sencilla. Y consecuentemente la sencillez del culto de los cristianos se revistió de una grandeza que le sobraba, que le estaba de más. Las vestimentas palaciegas y el lujo de ciertos ritos paganos pasó también a las comunidades que acabaron disfrazando la simplicidad del maestro, los gestos más humildes del maestro, y cargando de oro y piedras preciosas lo que hasta ahora habían sido platos y copas domésticas para la celebración de la Eucaristía.
Estoy oyendo los cohetes. Hay que hacer ruido para llamar la atención. Se han hecho cientos o miles de banderitas para festejar la “presencia de Jesús en nuestras calles” pero ojo, cuidado con exaltar entre el oro la simpleza del pan escogido por Jesús para compartirlo entre los discípulos; ojo, cuidado con levantar al que se arrodilló a los pies de los suyos, cuidado con confundir al dios que tenemos en la cabeza con el Dios de nuestro Señor Jesucristo.
El se bajó para ponerse al lado de los más pobres, los más humildes y perdidos. Y tan real debe ser su presencia cuando afirmó: “Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos” o cuando dijo”lo que hacéis a cualquiera de mis hermanos más pequeños a mí me lo hacéis”, como la que se expresa en la eucaristía mediante el pan, (no mediante la custodia) porque el brillo del oro y la plata apaga la humilde modestia del pan. Ojo que él camina a nuestro lado cuando vamos junto a un inmigrante, o junto a un amigo. Nos cruzamos con él cuando vamos saludando a los demás por la calle. Y sobre todo, él tiene un templo carente de lujos en el interior del corazón de los seres humanos… Y no confundamos el traje, que el vestido no es más que una cobertura artificial de lo que cada uno es.
Él nació desnudo y murió desnudo, y entre estas dos desnudeces nos jugamos la autenticidad de su mensaje.
Todo se nos vuelve montar celebraciones cada vez más barrocas, sofisticadas y lujosas para poner más cerca al que “se despojó de su rango y no tuvo empeño en ser igual a Dios, sino que se revistió de la condición humana, haciéndose como uno de tantos”.
Reivindico el Humanismo de Dios como razón y ser de nuestra fe cristiana
El culto a Dios, y a su hijo, el fundador de la Iglesia, evidentemente no se debe medir por las vestiduras del creyente o del ritual. Se nos dio la razón y la libertad para discernir, pero más allá de todo eso, es Dios el que juzga a cada uno a través de su conciencia.
ResponderEliminarLa obra de Dios a través de la Iglesia es mayor que lo que muestran las cosas visibles. Ayer fue la fiesta de Santo Tomás al que le dijo Jesús "¿Porque me has visto has creído?". Y aquel ver, aquella comprobación empírica a través del yo de Tomás le permitió no sólo creer sino aumentar y confesar su fe en lo que no veía: "Señor mío y Dios mío" le respondió Tomás.
Por supuesto que Jesús no se rodeó de ningún lujo, nació desnudo y le regalaron oro, incienso y mirra; y cuando entró en Jerusalén le alfombraron el paso con los mantos y ramas, aclamándo su llegada.
Por lo tanto creo que precisamente debemos engalanar nuestras calles porque hay motivo. ¿Y qué decoración más humilde que unos folios de papel? ¿Y qué más justificado para lavarnos la cara y vestir mejor que el resto de los días cuando vamos a recibir al Señor?
Claro que debemos ser conscientes de eso no es lo importante; no es importante la vestimenta, el lujo o la altanería (de cualquier tipo, no sólo mediante el lucimiento de lo material) y por eso debemos saber desprendernos.
Pero para con el prójimo sí es importante la cordialidad, la corrección y la disposición. Para con el prójimo tal vez sea completamente accesorio todo nuestro aspecto físico, pero el cristiano cuida su cuerpo en la medida en que puede, y en definitiva su aspecto, porque para eso es "prestado", al igual que nuestra vida no es de nuestra pertenencia, sino que es un regalo.
En mi humilde opinión, el Humanismo de Dios como razón y ser de nuestra fe cristiana no está en contraposición alguna con las formas de festejar, de celebrar o de vestir.
Un saludo.