Cuando uno se encuentra con esta palabra, o bien recuerda a Kafka o se le vienen a la memoria los gusanos de seda o las orugas y mariposas de El principito.
Pero cuando un artículo va firmado por Edgar Morin, con el título de Elogio de la metamorfosis, la tentación de leerlo es irresistible, conociendo la agudeza, profundidad y pensamiento abierto de este autor, filósofo, sociólogo preocupado por los temas de actualidad de mayor impacto. Es curioso que cuando abres en Internet su biografía el subtítulo de su nombre es “El pensador planetario de las luciérnagas más luminosos”
Así he considerado yo también este artículo en “La Cuarta página” de El País de domingo 17 de enero.
Hace unos días escribía sobre la conversión, desde un punto de vista religioso cristiano evangélico. De alguna manera esta metamorfosis de Morin iría en esa línea: pero evidentemente que para él se trata del problema no tanto particular o individual, sino el reto más importante de la Humanidad en su conjunto.
Ese grito reiterativo y solemne de los altermundistas de que otro mundo mejor es posible, y de que no solo es posible, sino necesario y urgente lo retrata también Morin en su artículo recordando que no se trata –dice al final- de una esperanza en el mejor de los mundos, sino simplemente en un mundo mejor.
El análisis que hace Morin nos lleva a pensar que frecuentemente la historia ha sufrido metamorfosis, no solo en aquello que los biólogos evolucionistas llaman “mutaciones”, ni sólo en los casos conocidos de determinadas especies cuyo desarrollo está sometido a este tipo de trasformación, sino también en momentos cruciales de los pueblos, las naciones, las civilizaciones, las religiones y las culturas. Momentos que podrían llamarse “estelares” por su enorme significado universal y por los cambios substanciales que han producido o provocado.
Lo triste es que la utopía imaginada, como la metamorfosis soñada, acaban generando algún tipo de anquilosamiento o esclerosis múltiple capaz de apagar la esperanza en aras de una seguridad y una certeza; pero como dice expresamente Edgar Morin, la verdadera esperanza sabe que no es certeza, y muchos con tal de regresar a las certeza, matan la esperanza, como otros que desconociendo a donde lleva la metamorfosis de la oruga acaban con ella no sea que se convierta en un depredador de plantas. Cuando no se tiene confianza en la historia ni esperanza en el ser humano, no hay posibilidad de cambiar nada, ni de conversión profunda y seria, ni modificación de tantas cosas, aun reconociendo que constituyen, tal como están, una calamidad para los humanos y para el planeta.
La esperanza constituye, quizá, la base genérica de donde puede partir la meta-morfosis del mundo y la meta-noia personal. Cinco razones nos presenta Morín que yo resumo así:
El surgimiento de los improbable; Las virtudes generadoras inherentes a la humanidad; la fuerza de la crisis planetaria impulsora de alternativas; los valores que despliega el peligro, añadiendo “allá donde crece el peligro, crece también lo que nos salva”; la eterna y general aspiración humana a la armonía, la paz y la justicia y el sueño de las incansables utopías, el hervidero de iniciativas solidarias caminando en una misma dirección aunque con diversos puntos de partida.
Casi al final de su escrito, que recomiendo, añade:”Hoy, la causa es inequívoca, sublime: se trata de salvar a la humanidad”.
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