El legado de Gandhi y el de los grandes luchadores no violentos, pero audaces, atrevidos, valientes y arriesgados hasta poner en peligro sus propias vidas, no ha concluido con las celebraciones del Día Escolar de la no violencia y de la Paz que ahora se celebra en los centros escolares sin demasiadas referencias comprometidas. Muchos han sido y siguen siendo los discípulos de Gandhi que están en la brecha, intentando incluso a riesgo de su vida un mundo más justo, en paz, denunciando el vergonzoso e indecente negocio de la armas que seguimos realizando sin el menor desparpajo, y con ese convencimiento que no pudo y no quiso evitar Obama al recibir el premio Nóbel de la Paz, esto es: Que las guerras son un mal necesario para lograr la paz y no un camino totalmente equivocado para solucionar problemas. Las guerras sólo consiguen multiplicar los problemas, no resolverlos. Y no hay ni ha habido una guerra que no haya sido deplorable y destructora y que no haya acarreado destrucción y crecimiento del odio. ¿Qué resuelve una guerra?
Gandhi fue un modelo de quien pudimos aprender que no hay más guerra que la que el hombre tiene que llevar a cabo contra sus demonios interiores, que ante la injusticia lo que cabe es el rechazo más total con una denuncia que frecuentemente implica riesgos. Eso lo vemos con los fiscales que luchan contra la Camorra Napolitana, los vemos en la Gente de Greenpeace, enfrentándose a la cárcel y a las detenciones, lo hemos visto hace poco en Aminatur Haidar, defendiendo los derechos del pueblo Saharaui, lo vemos en los montones de cooperantes, creyentes o no, que viven en los bordes de la pobreza humana, en los bordes del dolor, en las fronteras del olvido, en la cuerda floja para defender la justicia frente a los poderosos que aplastan: Médicos sin fronteras, Manos Unidas, Cruz Roja, Inntermon Oxfam: Cáritas, Entreculturas, Ayuda en Acción, y un gran etcétera que nos recuerda, como ya apuntaba alguien, que el mal arma demasiado escándalo y se convierte fácilmente en Noticia, mientras que el bien trabaja en silencio y actúa sin ruido sin vociferar, procurando que “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”.
Esa es casi la única esperanza que le queda al mundo para creer que esta realidad tan triste que nos envuelve y que cae sobre el mundo como un alud devorador, pueda alguna vez resolverse. La no violencia de Gandi es una verdadera re-conversión, un cambio interior, una convicción absoluta respecto de cómo trabajar para cambiar el mundo que no cosiste en otra cosa que derrotar al mal a fuerza de bien.
Lo triste es que quienes mayores recursos poseen, los que están aferrados y apegados a su poder a su dinero y a su nivel de vida, cada día se hacen –o nos hacemos, sálvese quien pueda- más incapaces de esa conversión total que supone la renuncia al bienestar, pero nunca a estar bien con nosotros mismos. Lo que tenemos de alguna manera se ha apegado tanto a nuestro ser que hemos caído en la vieja trampa de que tanto tienes tanto vales, y no estamos dispuestos a perder nuestro valor porque hemos confundido totalmente lo que El legado de Gandhi y el de los grandes luchadores no violentos, pero audaces, atrevidos, valientes y arriesgados hasta poner en peligro sus propias vidas, no ha concluido con las celebraciones del Día Escolar de la no violencia y de la Paz que ahora se celebra en los centros escolares sin demasiadas referencias comprometidas. Muchos han sido y siguen siendo los discípulos de Gandhi que están en la brecha, intentando incluso a riesgo de su vida un mundo más justo, en paz, denunciando el vergonzoso e indecente negocio de la armas que seguimos realizando sin el menor desparpajo, y con ese convencimiento que no pudo y no quiso evitar Obama al recibir el premio Nóbel de la Paz, esto es: Que las guerras son un mal necesario para lograr la paz y no un camino totalmente equivocado para solucionar problemas. Las guerras sólo consiguen multiplicar los problemas, no resolverlos. Y no hay ni ha habido una guerra que no haya sido deplorable y destructora y que no haya acarreado destrucción y crecimiento del odio. ¿Qué resuelve una guerra?
Gandhi fue un modelo de quien pudimos aprender que no hay más guerra que la que el hombre tiene que llevar a cabo contra sus demonios interiores, que ante la injusticia lo que cabe es el rechazo más total con una denuncia que frecuentemente implica riesgos. Eso lo vemos con los fiscales que luchan contra la Camorra Napolitana, los vemos en la Gente de Greenpeace, enfrentándose a la cárcel y a las detenciones, lo hemos visto hace poco en Aminatur Haidar, defendiendo los derechos del pueblo Saharaui, lo vemos en los montones de cooperantes, creyentes o no, que viven en los bordes de la pobreza humana, en los bordes del dolor, en las fronteras del olvido, en la cuerda floja para defender la justicia frente a los poderosos que aplastan: Médicos sin fronteras, Manos Unidas, Cruz Roja, Inntermon Oxfam: Cáritas, Entreculturas, Ayuda en Acción, y un gran etcétera que nos recuerda, como ya apuntaba alguien, que el mal arma demasiado escándalo y se convierte fácilmente en Noticia, mientras que el bien trabaja en silencio y actúa sin ruido sin vociferar, procurando que “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”.
Esa es casi la única esperanza que le queda al mundo para creer que esta realidad tan triste que nos envuelve y que cae sobre el mundo como un alud devorador, pueda alguna vez resolverse. La no violencia de Gandi es una verdadera re-conversión, un cambio interior, una convicción absoluta respecto de cómo trabajar para cambiar el mundo que no cosiste en otra cosa que derrotar al mal a fuerza de bien.
Lo triste es que quienes mayores recursos poseen, los que están aferrados y apegados a su poder a su dinero y a su nivel de vida, cada día se hacen –o nos hacemos, sálvese quien pueda- más incapaces de esa conversión total que supone la renuncia al bienestar, pero nunca a estar bien con nosotros mismos. Lo que tenemos de alguna manera se ha apegado tanto a nuestro ser que hemos caído en la vieja trampa de que tanto tienes tanto vales, y no estamos dispuestos a perder nuestro valor porque hemos confundido totalmente lo que somos con lo que tenemos, y no hay falsedad más grande.
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