Como no me he leído más que una parte insignificante de su obra, no puedo hablar demasiado de su literatura; como no le conocía personalmente ni hago viajes a los santuarios personales de las letras, tampoco puedo referirme a él con detalles de amistad o relación personal.
A este tipo de personas lo definió muy bien, hace poco en su columna, Manuel Vicent como “gente con clase” gente que destaca en medio de una lamentable mediocridad general, gente que sobresale, no por el dinero, el poder o la fama, sino por la enorme estatura de su condición humana y su prestigio, coherencia y autoridad personal.
Lo que siempre me ha llamado la atención tanto en sus intervenciones públicas como en lo que he leído en breves artículos suyos y entrevistas, es la profundidad de un ser humano comprometido con las causa del hombre, con la causa de la paz, con la causa de la justicia; crítico tanto con el sistema económico como el político. Y con la religión, que siempre entendió que hacía un análisis parcial y sesgado de sus fundamentos, y que había perdido en parte el horizonte humano de su sentido.
Comparto con él esa perspectiva crítica, en el sentido tan evidente y claro con que hablaba Raimon Panikkar, quien por una parte afirmaba que el auténtico pensamiento no sigue los caminos, sino que los crea, lo cual, en cierto modo, destruye la ortodoxia como una clave para elaborar los pensamientos. Saramago fue maestro en este sentido, tanto en la creación literaria como en la elaboración del pensamiento crítico.
Pero por otra parte, R. Panikkar, afirma que -hablando ahora en términos religiosos- el fin de toda revelación divina y el proyecto salvador de Dios tiene por objetivo al ser humano, al hombre. Toda la actividad “salvadora” de las religiones es la liberación y la salvación, la elevación, la iluminación y la felicidad del hombre.
Pero al parecer la tendencia de las “instituciones religiosas” consiste en el encumbramiento de Dios, al que parecen retratar como un ser ególatra, que espera la alabanza de todos, la adoración, la veneración y el sometimiento. Es evidente para otras personas que intentamos “percibir” los mensajes sin el cauce estrecho de la interpretación dogmatizada, acabamos intensificando la dimensión “humanista y humanitaria” de la religión por encima de las especulaciones dogmáticas sobre el Dios inaccesible.
En ese sentido me ha gustado siempre Saramago. Su preocupación es el ser humano, en todas las dimensiones en que hay que tratar de elevarlo hasta alcanzar su dignidad. De ahí su preocupación –como un comunista libre- por todas las tragedias que sufren los humanos y por todas las injustitas que el propio hombre perpetras, confirmando el viejo dicho de que el hombre es un lobo para el hombre.
Se nos ha ido una inteligencia preclara, un hombre honesto y referente ético en un planeta sembrado de hipocresía, de mentira y de corrupción; se nos ha ido un hombre comprometido social y políticamente, un hombre libre y un campeón también de la literatura.
Todo librepensador y todo pensador crítico encontrará sin duda rechazo, condena y desprecio de quienes se dejan conducir, se dejan manejar, y venden la inquietante libertad de pensamiento por una “tranquilidad de conciencia” para no complicarse la vida.
Adiós, José Saramago, el mundo se ha queda un poco más pobre desde este 19 de junio de 2010.
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