Una de las obras del recién fallecido intelectual egipcio Abu Zayd, empeñado en la modernización del Islam, es Repensando el Corán: hacia una hermenéutica humanista
La perspectiva desde la que por mi parte miro el cristianismo, sus libros y sus dogmas no es otra que la perspectiva humanista, de la que no podemos alejarnos, recordando una y otra vez que el objeto de la religión no es Dios sino el hombre, su futuro, su salvación, su esperanza, su destino. Ni tampoco podemos olvidar que lo central del cristianismo es precisamente el misterio de la encarnación o humanización de nuestro Dios, pues en Jesús se nos hace visible la nobleza humana de Dios, y se convierte así en la imagen visible del Dios invisible.
Juan José Tamayo en el artículo In memoriam que le dedica a Abu Zayd el día 11 de julio en El País, destaca que este intelectual egipcio “entiende el Corán no como un texto muerto, congelado en el tiempo y objeto de citas para justificar posturas conservadoras o liberales, sino como fenómeno vivo, discurso abierto, etc.”
De la misma manera he pensado siempre de los textos bíblicos y del Nuevo Testamente en que se fundamenta nuestro percepción religiosa del movimiento de Jesús, puesto de manifiesto en los cuatro evangelios escritos del canon.Yo me pregunto, por atender a una realidad actual ¿cómo se puede creer en un dios tan salvaje que manda y ordena la lapidación de una mujer por mala que ésta sea… o que puede parecerle hermoso que un fiel cargado de explosivos ocultos se inmole para alcanzar el cielo destruyendo a un montón de personas que en lugar de suníes por ejemplo, son chiís.
Cómo podía Dios ser tan brutal y desconsiderado para ordenar la mutilación de la mano de un niño por robar en un mercado (seguramente, además, por pura necesidad) o para mandar a la hoguera a los disidentes por muy recalcitrantes que estos fueran. O ¿cuáles eran las bases para considerar a una mujer bruja y cuáles las razones teológicas para condenarla también a la hoguera. ¿Cómo pueden entenderse las luchas habidas entre creyentes por motivos de opinión hasta el punto de desencadenar guerras y asesinatos como la de los hugonotes en Francia y tantísimas otras guerras de religión como en Irlanda y actualmente en medio mundo ente religiones distintas o entre facciones distintas de una misma religión?
Yo propugnaría, no la descalificación general de los libros sagrados, sino una nueva interpretación de esos textos, mirándolos a una nueva luz y dejando al margen, incluso, aquello que es menos que humano por considerarlo desde nuestra pobre y elemental condición de seres con sentido común, indigno totalmente de un Dios.
¿Cómo pudimos en la primer época del cristianismo darnos cuenta de las aberraciones que encerraba la mitología griega y romana y aquellas absurdas teogonías de Hesíodo, y no somos capaces de hacer un juicio sensato sobre las aberraciones que se desprenden de algunos aspectos de la historia de Israel, o de nuestra propia interpretación de los textos no judíos, sino ya neotestamentarios y del mismo evangelio?
Por qué no somos más exigentes en realizar un análisis y un estudio más abierto y claro a propósito del sentido “revelador” de los textos y de qué modo o manera se pueden considerar como palabra literal de Dios?
Me deja tembloroso y lleno de miedo la alegre interpretación apodíctica y el atrevimiento de infalibilidad con que se cierran a cal y canto los dogmas cristianos y las palabras de los papas, como afirmaciones no sometidas a nuevas interpretaciones sino consolidadas y monograníticas. Y ¡Ay de aquel que se atreva a intentar releerlas contando con la sindéresis de la razón o el llamado “sentido común”.
Entre otras cosas se han proclamado dogmas que seguramente eran absolutamente innecesarios, siendo así que algo tan fundamental como el mandamiento del amor no es un dogma y si lo es, por poner un ejemplo, la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo o la Infalibilidad del papa, cosas ambas que necesitarían todo un rocambolesco análisis de textos y tradiciones para encontrarle no sólo una razón sino un sentido desde el punto de vista evangélico. Claro que habiendo mitificado y divinizado a la madre de Jesús hasta extremos impensables, parece justificado aquello de San Bernardo –creo- “De Maria nunquam satis” . Y así claro, con tales axiomas, todo vale.
16 de julio. Fiesta de la Virgen del Carmen
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