No andan los tiempos para muchas felicitaciones, ni mucho jolgorio, regalos, luminarias o festejos excesivos.
La cosa está que arde, y buscar a los hombres de buena voluntad no es que sea imposible, pero resulta ya algo complicado y difícil.
Volver a la Navidad como creyente, a esto que Pablo llamó locura de dios y manifestación de la filantropía (humanismo) de nuestro Dios, nos arrastra necesariamente a la huida de este “montaje” que va desde los villancicos (lo más ingenuo a veces) al consumo desaforado de alimentos y bebidas, al desafortunado despilfarro en regalos obligados…
Lo peor es que, sintiéndolo de alguna manera, nos escuece la herida de la humanidad desahuciada, de los recién nacidos condenados a morir de inanición, de los que este invierno pasarán una y otra noche rodeados de un frío feroz (que, como decía Maruja Torres deja helado el aliento de los villancicos), sin que bajen ángeles a deslumbrarles o sorprenderles con bellas canciones celestiales.
Nadie les indicará a ellos el camino de Belén, porque llevan allí, en ese campo de refugiados, en esa especie de establo colectivo, demasiado tiempo, despojados de todo menos de la esperanza en los otros humanos… Ojalá no les defraudemos.
Muchos, afortunadamente para nosotros, no conocen más que ese espacio reducido en el que comer, beber o lograr alguna forma de trabajo para sobrevivir, es una aventura cada día; pero ignoran el egoísmo increíble, la abundancia, el olvido, el desconocimiento, y la insensibilidad de quienes vivimos rodeados de todos los regalos.
Poco queda que celebrar, salvo dar pábulo a nuestro orgullo y hacer ostentación de nuestra abundancia, lanzando a la inmensa mayoría de la humanidad una bofetada de indiferencia y una modesta limosna, ofrecida por teléfono mientras disfrutamos calentitos, sentados alrededor de nuestra mesa camilla del maratón solidario de la tele.
Llevas mucha razón, Paco. A mí me molesta especialmente el hecho de que la Navidad sirva para redondear los beneficios de ciertas multinacionales. Es triste que se cuente con la Navidad como un elemento económico.
ResponderEliminarBasta ver el uso que se hace de los Reyes Magos y de Papá Noel (este último en los límites del ridículo)para indignarse.
Un abrazo