Lo más indignante de aquel viaje de Juan Pablo II a América fueron dos acontecimientos que en cierto modo marcaban la “rectitud de la doctrina cristiana” defendida por el papa.
La primera fue la actitud despectiva y autoritaria del papa levantando el dedo amenazador contra el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal en Nicaragua.
La otra fue ver al papa dando la comunión al dictador Pinochet. Un papa que se entretuvo en linchar y desautorizar a todos los teólogos de la liberación que pudo, que desoyó el clamor de los pobres para proceder con agilidad a reconocer el valor martirial de la muerte de Monseñor Oscar Romero y la de los 5 mártires de la Universidad Centroamericana empezando por Ellacuría y acabando por las dos personas del servicio, pero que tampoco se dignó reconocer el valor de martirio de tantos sacerdotes, religiosas y catequistas que sufrieron la persecución y la muerte por causa de su fe, a manos de los poderosos.
Este papa se apresuró a canonizar a Don JosemaríaEscrivádeBalaguer y a rebuscar en los archivos otros que le hicieran olvidar la sangre derramada de los mártires de América Latina.
Pero sí que tuvo una cara amable y una actitud condescendiente con un dictador sanguinario con el que lamentablemente coincidía en su visceral anticomunismo, al que no tuvo el más mínimo reparo en sentirse en comunión y en hacerle partícipe de la Eucaristía, el misterio del amor y la comunión. Esto para mí constituyó entonces (y sigue estando presente en mi mente) una de la más enormes vergüenzas del Vaticano, significativo de lo que esta iglesia institucional busca y persigue, buscando a Jesús muy lejos de los pobres y en contradicción con las bienaventuranzas del Evangelio.
Esta iglesia está dispuesta ahora a condenar y dejar fuera de la comunión a quienes han apoyado o dado su voto a la ley que regula el aborto. Se ve que le faltan arrestos o agallas para condenar a los asesinos y a los tiranos. Ni condenó a Hitler, ni condenó a Mussolini, ni condenó a Franco, ni condenó a Pinochet, por poner sólo unos ejemplos.
Se ve que la mayoría de los pecados que preocupan a la iglesia son los relacionados o con el sexo o con el cuerpo; no hay condenas ni excomuniones para los explotadores para los avaros que viven de la usura y llenan sus bolsillos hasta en los Montes de Piedad, a costa de los pobres; no hay condenas contra quienes fabrican, exportan venden o compran armas destructoras, no hay condenas contra nuestros países del primer mundo que esquilman y arruinan a los pobre y generan el hambre y la muerte.
Lo diré de nuevo: se habla mucho y hay gran preocupación por el aborto, y muy pocas manifestaciones por los miles de niños que a diario mueren de hambre y sin esperanza en brazos de madres que nunca abortaron.
…Y nada de esto es aceptar a ciegas el aborto; pero acaso nos sigue faltando la sindéresis de la razón y la empatía cuando juzgamos de aquello y sobre aquello en lo que no estamos personalmente implicados.
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