Siempre he defendido, como hace los sabios del antiguo testamento, e incluso cualquier persona con sentido común, que en el medio está la virtud (in medio virtus. No dudo, repito, no dudo de que tanto la eugenesia y la eutanasia –legalizadas, permitidas o autorizadas- pueden acabar siendo un arma peligrosa. En el primer caso podemos acabar teniendo Un mundo feliz como el de Huxley en que los seres humanos serán seleccionados en sus embriones, gracias a técnicas que permitan contar con aquella clase de humanos que la sociedad, el poder, la autoridad o las empresas necesitan para que no se produzcan alteraciones sociales y todo funcione sin conflictos ni tensiones. Así el trabajador será un magnífico y hábil esclavo cuyos genes se ha seleccionado para evitar los repuntes de indignación o la reclamación de sus derechos; será un ser sumiso, absolutamente preparado para la función social predestinada. La libertad será una cosa parecida a la que hoy padecemos, perfectamente controlada por los medios y por los artífices de la publicidad y el mercado.
Esa versión de la eugenesia es absolutamente perversa y es una degeneración de planteamientos humanitarios, altruistas, expresión de generosidad y preocupación por el bien y la salud de los humanos.
En el caso de la eutanasia, en la que caben muchos grados y actuaciones para atender a una “buena muerte” o a una “muerte digna”, existe igualmente el peligro de que se convierta en un proceso perverso para deshacernos como sociedad de todo tipo de gente que pueda chocar con los intereses –de nuevo- de la sociedad, el poder, la autoridad o las empresas; pues con la eutanasia podría acabarse con todos los problemas de dependencia, in o dis-capacidad, potencial productivo o no de unos determinados individuos o personas que pueden ser eliminados en virtud de algún tipo de teoría fantasma, como lo fue el sacrificio (no precisamente eutanásico) de judíos, semitas, gitanos etc. por parte del poder nazi en Alemania en el ecuador del pasado siglo.
Entiendo pues que la jerarquía eclesiástica, esté pendiente de estos acontecimientos y advierta de estos gravísimos peligros, entiendo también que le preocupe la no conservación de los embriones que no se hayan sometido al proceso de implantación y que de una u otra forma puedan ser destruidos como vida potencial, pero invitaría a que –sin dejar de alertar sobre este problema si así lo desea, que escuche muchas otras voces de la propia Iglesia que le advierte que hay muchos millones de vida nacidas, en un peligro real de muerte, por inanición, por hambre, por falta de recursos sanitarios de primer orden, o como consecuencia de nuestro mirar a otro lado, pendientes más de llegar al templo que de atender a “ese hombre que yace al borde del camino de Jericó a Jerusalén, al que por cierto se dedican muchos seres humanos de a pie, muchos samaritanos que dejan que se le conmuevan las entrañas por el dolor y las heridas de quienes han quedado del otro lado de la frontera del bienestar. La coherencia del amor con los que ya han llegado al mundo y deben conservar su vida y su dignidad, antes de echar toda la carne en el asador por los embriones. Al menos por aquellos que están sirviendo para erradicar dolor y sufrimiento al ser humano.
Otro tanto habría que decir sobre la muerte digna. Evitar el dolor y, aunque sea cierto que todo sufrimiento puede despertar en el ser humano nuevas perspectivas y descubrir otros valores en su vida, dejar de considerar el dolor humano como un valor en sí mismo. Ese error proviene de una concepción redentora de la muerte en la cruz, que se basa en el sufrimiento y no en la disponibilidad, la entrega, el amor que asume la muerte como un don de la vida, no como una disciplina de penitente cargada de masoquismo y maniqueísmo anticristiano.
Octubre 2008
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