Tengo que reconocer que este escrito no va a ser sino una glosa más o menos amplia del publicado por Luis García Montero en “Cuarta página” de El País de 16 de agosto de 2009. Con el título Teoría impertinente de la lectura habla de la lectura como un ejercicio complejo, de entrega absorbente, de apertura a la fascinación del descubrimiento progresivo de realidades desconocidas que se abren ante los ojos y van proyectando esa película lenta y pausada de descripciones, de entornos misteriosos, de personajes llenos de pasión y humanidad, de tiempos pasados o futuros retratando la realidad o proyectando la fantasía.
La lectura no es sino una ventana abierta al pasado histórico, al presente realista, al futuro imaginario; un altavoz del pensamiento de sus autores que siembran pausadamente una visión de la vida y un concepto del quehacer humano. La lectura es una escuela de aprendizajes múltiples, donde aprendemos a salir de nuestro propio yo y a veces de nuestro pobre pensamiento para enriquecer nuestra mente estrecha o pueblerina con otras luces, con otras ideas, otros colores…. ¿A qué se parecen las operaciones de leer y escribir? –se pregunta Luis García Montero- A ponerse en el lugar del otro, responde. Es decir leer es un ejercicio de empatía, de hacerse permeable a la cultura y la visión de otros que acaban enriqueciéndonos.
También yo escribí en mi libro Pobres Palabras: “Me siento en deuda con una pléyade de hombres y mujeres que pensaron y escribieron antes que yo, que vivieron y amaron antes que yo, que hablaron antes que yo, que dejaron su huella en caminos que hollaron antes que yo y que yo encontré abiertos en mis dudas” (página 119).
Es evidente que el progreso se debe a la posibilidad de recoger lo sembrado por generaciones anteriores que “explotaron” los recursos heredados de los antepasados. Por eso leer es un compromiso de reconversión, de aprendizaje de dejarse iluminar por fuegos encendidos por otras mentes apasionadas y vivas. Por eso –dice Luis en su artículo- me parece decisiva la operación de leer como metáfora de una reivindicación decente de la modernidad. Y cita a continuación unas palabras de Edward W. Said, de su libro Humanismo y crítica democrática (Debate 2008):
“La realidad de la lectura es, ante todo, un acto de emancipación e ilustración humana, quizás modesto, pero que transforma y realiza nuestro conocimiento en aras de algo diferente del reduccionismo, el cinismo o el estéril mantenerse al margen”.
Si la lectura no es más que un método de “aprendizaje” de conceptos o conocimientos y no la consciente acción devoradora de pensamiento y de capacitación crítica para abrir nuestras mentes a horizontes más amplios y descubrir las artimañas con que se nos vende cualquier falsificación o cualquier mentira, consigna o ideología, entonces no es la auténtica lectura.
Bea Carmona en su última reseña de El país de la últimas cosas, en El colonial de Julio-agosto, tras declarar que la novela plantea tantas interrogantes acerca del ser humano, la identidad, el individuo y la sociedad, la crueldad, el todo y la nada, el valor de las cosas lo real y lo irreal, la memoria, la palabra, el lenguaje y la comunicación… expresa un deseo: ¡ojalá decidan sumergirse! Leer siempre será un chapuzón refrescante o una inmersión en la profundidad desconocida.
No me resisto a rematar este escrito con una nueva cita, que por cierto aparece en el frontispicio de mi libro Pobres palabras. Recogida de Javier Cercas:
“Leer por diversión está muy bien, leer por entretenimiento esta muy bien, leer para no ser un cretino está muy bien. Pero la única forma de leer es leer como quien reza, como quien llora, como quien pelea por su pellejo en cada frase, en cada adjetivo y en cada coma”. (EPS nº 1659, página 10).
21 de agosto de 2009
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