martes, 23 de junio de 2009

Presencia real

Los debates librados entre los teólogos sobre la manera de entender la Eucaristía, el gesto “en memoria de Jesús” que Él mismo dejó a sus amigos, dejaron muchos ríos de tinta y algunos de sangre.
No va mi reflexión sobre los temas teológicos como tales. Pueden entenderse como se quieran esas palabras de “hoc est corpus meum” (éste es mi cuerpo) y el “hic est calix sanguinis mei”(ésta es la copa de mi sangre)
Está claro que fue una manera con la que Jesús quiso perpetuar la memoria de su entrega total (que se entrega por vosotros) y recopilar en un memorial todo lo que significaba su vida, aquella noche de la cena y lo que estaba a punto de suceder y que él ya preveía.
En aquella cena precisamente hubo muchos elementos que revisten no menos importancia, como tales gestos de Jesús… Pues ¿qué significaba aquel lavar los pies a sus discípulos con el preámbulo o la discusión que mantuvo con Pedro? De la realización de este gesto (¿humillante?) dependía según dijo Jesús a Pedro, el tener o no parte con él.
Luego, rompiendo con la multiplicidad de normas que los judíos tenían para justificarse ante Dios, les propuso un mandamiento muy simple (no un consejo, sino un mandamiento) “Amaos unos a otros como yo os he amado”, haciendo recaer en este detalle que es por ese motivo por el que serían reconocidos por discípulos suyos. (en esto conocerán que sois mis discípulos).
El paganismo y el judaísmo implícito enraizado en la iglesia desde que Constantino cerró el período de persecuciones y adoptó para el imperio la “religión” cristiana, vino a revestir con los habituales ropajes del imperio toda la vida cristiana sencilla. Y consecuentemente la sencillez del culto de los cristianos se revistió de una grandeza que le sobraba, que le estaba de más. Las vestimentas palaciegas y el lujo de ciertos ritos paganos pasó también a las comunidades que acabaron disfrazando la simplicidad del maestro, los gestos más humildes del maestro, y cargando de oro y piedras preciosas lo que hasta ahora habían sido platos y copas domésticas para la celebración de la Eucaristía.
Estoy oyendo los cohetes. Hay que hacer ruido para llamar la atención. Se han hecho cientos o miles de banderitas para festejar la “presencia de Jesús en nuestras calles” pero ojo, cuidado con exaltar entre el oro la simpleza del pan escogido por Jesús para compartirlo entre los discípulos; ojo, cuidado con levantar al que se arrodilló a los pies de los suyos, cuidado con confundir al dios que tenemos en la cabeza con el Dios de nuestro Señor Jesucristo.
El se bajó para ponerse al lado de los más pobres, los más humildes y perdidos. Y tan real debe ser su presencia cuando afirmó: “Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos” o cuando dijo”lo que hacéis a cualquiera de mis hermanos más pequeños a mí me lo hacéis”, como la que se expresa en la eucaristía mediante el pan, (no mediante la custodia) porque el brillo del oro y la plata apaga la humilde modestia del pan. Ojo que él camina a nuestro lado cuando vamos junto a un inmigrante, o junto a un amigo. Nos cruzamos con él cuando vamos saludando a los demás por la calle. Y sobre todo, él tiene un templo carente de lujos en el interior del corazón de los seres humanos… Y no confundamos el traje, que el vestido no es más que una cobertura artificial de lo que cada uno es.
Él nació desnudo y murió desnudo, y entre estas dos desnudeces nos jugamos la autenticidad de su mensaje.
Todo se nos vuelve montar celebraciones cada vez más barrocas, sofisticadas y lujosas para poner más cerca al que “se despojó de su rango y no tuvo empeño en ser igual a Dios, sino que se revistió de la condición humana, haciéndose como uno de tantos”.
Reivindico el Humanismo de Dios como razón y ser de nuestra fe cristiana

Muerte en la India

Un gran humanista. Así se ha definido por alguien estos días la persona y la figura de Vicente Ferrer.
Insistiré en mis manías sobre el cristianismo y en mi concepción espiritual de las relaciones del ser humano con la Trascendencia. Mientras los humanos no pasaron del mito al logos y del logos al ágape, no era posible entender una relación con Dios que no estuviera marcada por ritos, altares y sacrificios; que no existiera un dios arriba, exigente y vengativo; que no existiera un sacerdote abajo, sagrado intermediario y único capaz de entrar en contacto con el misterio; y que no existiera una víctima (humana o no) que se sacrificaba, quemada totalmente para el dios (holocausto) u ofrecida al dios y compartida por los partícipes (sacrificio de comunión).
Pero lo verdaderamente importante del sacerdocio cristiano, y que viene dibujado magistralmente por la pluma del autor de la carta a los Hebreos, es que Cristo se configura como sacerdote o si se quiere como sumo sacerdote por el hecho de haber ofrecido no una víctima distinta de sí mismo a Dios, sino de haber entendido que Dios no se complace en sacrificios ni holocaustos, hasta el punto de que lo único que tiene sentido es la ofrenda de la propia vida gastada y ofrecida por la vida de los otros, por la vida de los demás.
Cuando veo en las imágenes y las fotos ese rostro y esa mirada de Ferrer compasiva y horizontal, dándolo todo por los semejantes y dejando su cuerpo en el mismo lugar en que se consumió su vida, me parece que no hay un mejor simbolismo del sacerdocio cristiano que ese dejar la vida para dar vida (sacrificarse), al margen de que hubiera tenido que abandonar “el sacerdocio jerárquico”. Porque lo único verdaderamente sagrado es ese ser humano desgarrado y pobre, necesitado y generoso que hemos visto en la India, recobrando su dignidad y valorando, sin necesidad de adoctrinamiento, que un seguidor de Jesús no puede acabar más que como su maestro: convertido en sacerdote que ofrece lo que tiene, su propia vida y su propia existencia para alimentar así la Vida en los otros.. . Pues no otra cosa es la salvación: coger el Agua sagrada de la vida y abrirle cauces hasta que calme la sed de quienes caminan por el desierto. Nuestros ceremoniales pueden estar llenos de encanto y liturgia, de ornamentación y oro, pero la verdadera acción de gracias es poder gozar con alguien de la donación incondicional de la vida.
Francisco López de Ahumada