viernes, 26 de agosto de 2016

¿Aplicar la misericordia o el Derecho canónico?

Hay varios pasajes de los evangelios en que es claro que Jesús acaba escandalizando a aquellos que representaban la ortodoxia y la fidelidad literal a las normas establecidas en la ley judaica. Es notorio lo que ocurrió en casa del Simón, es notorio lo que pasó con la adúltera a punto de ser apedreada, es notorio el enfado que producía la actitud de Jesús de poner al “hombre” por delante del sábado. Es notorio que cuando Jesús hablaba de colar el mosquito y tragarse el camello, que cuando curaba en sábado o cuando sus discípulos cogieron unas espigas para trillarlas con sus propias manos y poderse llevar algo a la boca, pues estaban hambrientos… siempre arrancaba la indignación de los “guardianes de la ley”. En fin todo eso levantó a los fidelísimos y ortodoxos fariseos para poner el grito en el cielo y escandalizarse, porque para Jesús no había más ley que la del amor y el amor va más allá de toda ley. Mientras no seamos conscientes de la penosa evolución que sufrió el cristianismo desde el punto y hora en que se convirtió en la religión “oficial” del Imperio Romano, y de la evolución mantenida a través de largos siglos de ser “colonizado y manejado” por el poder de los imperios, hasta convertirse ella misma, la Iglesia, en una institución rodeada de poder, de lujo, de grandiosidad y de una parafernalia propia del sacro romano imperio romano germánico o del imperio Carolingio hasta lograr el máximo poder sobre reyes y emperadores del mundo, impartidora de dignidades y territorios, dotada de un gran ejército, volcada en atender los intereses de determinados reyes;… mientras no nos demos cuenta que la evolución del papado, de ser un servicio a los cristianos se convirtió en una monarquía absoluta, autoritaria e intransigente muy lejos del espíritu de aquel al que dice seguir y que fue eso en gran parte lo que provocó, primero la separación de las iglesias orientales hoy llamadas ortodoxas, y lo que impulsó luego la iniciativa, a mi parecer sincera, de la reforma luterana, frente a un primado ejercido con un espíritu antitético al de Jesús de Nazaret, que hubiera llegado látigo en mano a arrojar de nuevo a los mercaderes de un templo construido con el poder del dinero y el sufrimiento de los pobres, con aquella magnificencia que hizo exclamar a Jesús “no quedará de ti, piedra sobre piedra”, refiriéndose al templo, templo que nunca estuvo dentro del proyecto de Jesús. El templo de Dios es el corazón de los humanos, y como “comunidad” formamos un templo en el que Dios viene a habitar en él. Dios no necesita un templo construido por la mano del hombre. Pero, es verdad, han ido pasando tanas cosas, nos hemos acostumbrado a tantas formas, ceremonias, pensamientos, modos de ver nuestra fe y nuestro cristianismo, que ahora, volver a ponernos en la mirada de aquel Jesús, marginal y vagabundo, aquel Jesús mal vestido y acompañado de unos pobres pescadores, seguido de enfermos, leprosos, mujeres, y chiquillos, recorriendo caminos de Galilea, enfrentándose a letrados, escribas, fariseos, sacerdote y senadores con su manera de comportarse tan “libertina” y “arbitraria”, nos parece tarea imposible. Escuchar aquello de “misericordia quiero y no sacrificios” suena de una manera muy distinta en sus labios que en la prédica de los sacerdotes. Decir: anda vete, yo tampoco te condeno, parece imposible hoy en que “la doctrina y los cánones del derecho” son más importantes que el acercamiento misericordioso a las personas. Creo que el tiempo nos ha hecho engolarnos con la verdad, ensoberbecernos con la doctrina, endiosarnos arropándonos en la “palabra de Dios”. Nos hemos convertido en intérpretes absolutos y seguros del saber lo que Dios quiere en un arrebato de soberbia y engreimiento, interpretando lo que nos interesa y a nuestro favor de las palabras más claras de Jesús: “no será así entre vosotros, el que quiera ser el primero que sea el último de todos”. No os hagáis llamar padres ni maestros, ni excelencias, ni os deis títulos, porque uno sólo es vuestro maestro.

domingo, 21 de agosto de 2016

Autenticidad versus fanatismo. Los fanáticos no son locos sino creyentes hasta la médula. Así lo entiende el antropólogo Manuel Mandiane. Este hecho es el que hace temible el fenómeno del terrorismo islámico, pero también toda otra forma de fanatismo de cariz religioso. Creer al pie de la letra e interpretar literalmente las escrituras que hemos dado en llamar “sagradas” y llevar la fe a ultranza más allá de la razón, puede conducir a los “creyentes” a la más absurda de las irracionalidades, despreciando la vida de los demás y creyendo que se puede “matar en nombre de Dios” Que la desacralización haya llevado a caer en el terrible error de desoír aquella advertencia del Evangelio: “no podéis servir a Dios y al Dinero”, y que éste se haya convertido en el falso dios al que se vuelven todos los no creen ya en otra cosa que en el poder de la riqueza, o en poner al dinero como el becerro de oro al. que adorar, es un hecho que (aun con toda su gravedad) no puede justificar la acción terrorista indiscriminada como un ataque a lo que representa la cultura occidental secularizada, profana y laica. No puedo entender tampoco el fanatismo israelí respecto del territorio palestino más que como una fe intransigente e inamovible en que el territorio de Palestina fue la heredad que Yahvé entregó a su pueblo y que el Israel actual (al menos la facción ultraortodoxa) no deja de contemplar como irrenunciable la idea de quedarse con todo el territorio sin aceptar bajo ningún concepto la doble nación Israel y Palestina. Este es el fanatismo judío. No son locos, -como dice Mandiane- son creyentes absolutos que interpretan a pie juntillas lo que está escrito en el libro, por absurdo e ilógico que hoy pueda parecernos. En el posmodernismo se dice que Dios ha muerto, no porque haya sido destruido, sino porque todo lo que se oponga a un humanismo razonable y racional, por religioso o revelado que nos parezca no entra fácilmente en los cálculos de la gente de hoy. ¿Es compatible creer con pertenecer a una cultura científico-técnica, como la de hoy? Muchas personas inteligentes, en diversos momentos de la historia, han creído. Esto lleva a pensar que creer no es necesariamente una actitud fanática, irracional, sino que es compatible con una actitud racional, que enjuicie y valore las verdades que se creen, porque es la razón únicamente la que nos puede conducir a la fe, como una decisión libre que entiende razonables la creencia, y siempre como un “obsequio razonable” del que habla el apóstol Pablo. Pero si creer o la fe son actos libres y orientados por la razón es un verdadero disparate querer imponer la ley musulmana, (o la Sharia como una concreta interpretación más restrictiva). Como lo era también la imposición de la fe cristiana en aquellos tiempos en que la espada iba abriéndole camino a una fe mal entendida, pero que no se corrigió ni siquiera a instancias de aquellos que denunciaron determinados disparates, como Francisco Suárez, Francisco de Vitoria, o Bartolomé de las Casas Por todo esto lo que verdaderamente importa de las diversas formas de creer o de las distintas fe que puedan tener los seres humanos, inspirados en diversas fuentes y dando diversos nombres al Único, Creador y origen de todo, es ser auténticos y entender tanto la Yihad como el concepto de misión como el compromiso de “ofrecer” a todo ser humano un camino cuyas características fundamentales –aunque dirigidas a lo más trascendente- deben ser el humanismo y el respeto a los derechos humanos; y solamente dentro de este marco habrá que plantear el principio de tolerancia o intolerancia. Que cada creyente sea consecuente con su fe y que trabaje por humanizar el mundo. No otro mensaje es el que –al menos los cristianos- tenemos de nuestro Maestro: Dios inserto en el proyecto humano para la plena Humanización. En otro tiempo con la intransigencia y la intolerancia también la Iglesia católica, persiguió, condenó, pasó a cuchillo y quemó en la hoguera; llevó a cabo cruzadas contra el infiel y confundió sin duda el estilo humilde y misericordioso de su maestro Jesús hasta “perder los papeles”. No lo olvidemos para entender lo que sucede; pero lo que ha de condenarse ha de condenarse sin paliativos porque ni se justifica en los libros sagrados ni tiene sentido desde un humanismo elemental del que hemos de partir siempre creyentes y no creyentes.