domingo, 27 de diciembre de 2009

Acaba el año. Los trabajos y los días

Los asuntos que me pasan por la cabeza como temas para comentar y sugerir reflexiones son tantos como los acontecimientos noticiables que hoy están amontonados en los titulares de prensa y en las entradillas de los telediarios. Hoy leo sobre la muerte de un gran teólogo (Schilleebeeckx) un artículo de Tamayo. Escucho que los israelitas o israelíes o hebreos (¿qué son?) vuelven a las andadas en Gaza y Cisjordania. Me entero que el papa beatifica a Pio XII, encubridor de los crímenes nazis. Se me caen los palos del sombrajo cuando tras una costosísima cumbre sobre el cambio climático, los “grandes de la Tierra” regresan de Copenhague cargados de buenas intenciones de las que se dice que está empedrado el infierno. Los defensores de los derechos humanos acaban en la cárcel en China o recluidos y cercados en su propia casa en el Aiun. Un gran empresario se desentiende de la responsabilidad de haber proporcionado billetes de avión a miles de personas y los abandona a su propia suerte, con falacias y argucias increíbles.
Los gobiernos siguen creciendo como oficinas de grandes negocios cuya primacía está siempre por encima de las personas y su dignidad.
Aminatur Haidar ha despertado del olvido las resoluciones incumplidas de la ONU sobre el Sahara Occidental que Marruecos se sigue pasando por el arco del triunfo y que España sigue olvidando año tras año y vendiendo su dignidad por un plato de lentejas… Y una vez resuelto el embarazoso problema del ayuno a vida o muerte de Haidar volverán a caer en el olvido. El tiempo nos lo dirá.
Así que, a bote pronto, este mundo no es un mundo que te dé demasiadas alegrías ni te conforte de esperanza. Más bien parece que constituye un ejercicio de buena voluntad el mantener la esperanza, la cabeza alta, la utopía en la cabeza y los pies ligeros para seguir avanzando.
Un año nuevo no hará milagro alguno. Sus días se sucederán llenos de sobresaltos y expectativas. No parece que la crisis nos haya sacudido tan fuerte que cambiemos radicalmente lo que se propuso el mundo tras el desastre: Controlar las operaciones financieras de los bancos, imponer la tasa Tobin” a las transacciones financieras por la red, acabar con los paraísos fiscales, vigilar el funcionamiento de la bolsa.
Hay que abrir nuevos campos a las aspiraciones de bienestar que no estén contaminados de afán posesivo, de consumo desaforado, de ambición de tener como si en ello nos fuera la felicidad.
Lo último es dejar de pensar, sentir y estar convencido de que otro mundo mejor es posible, de que puede existir otra forma de plantearse la supervivencia de los humanos, trabajando por la supervivencia del planeta, que es la casa común de los ricos y los pobres; pero lamentablemente -como ya dijera Chesterton, creo- “Dios hace caer la lluvia sobre buenos y malos, pero se mojan más los buenos, porque los malos les han quitado los paraguas”.

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