Nos sorprenden siempre los actos heroicos. Nos deslumbran por un momento o por unos días las acciones que una o varias personas pueden llevar a cabo superando situaciones verdaderamente duras y difíciles, arriesgadas y al filo de lo imposible.
Dos acontecimientos se me han venido a la mente: uno el del profesor Neira, héroe de un momento en que su reacción fue defender a una mujer y eso, precisamente porque trajo graves consecuencias para él mismo que estuvo ingresado y gravísimo en un hospital a consecuencia de su acto heroico.
Pero si hoy abres el buscador de Internet puedes encontrarte que tras su exaltación, este hombre, sin duda de reacciones éticas positivas, se ve calificado con los títulos de borracho, expulsado de la universidad, relacionado con la alcoholemia, facha o resentido, etc. etc.
Y es cierto que un momento puede volvernos héroes, y otro momento nos puede convertir en villanos, porque no estamos hechos de acero inoxidable, sino de carne y hueso y nuestras bondades y valentías corren parejas y nos acompañan junto con la maldad o la malicia, junto a la cobardía y el miedo. No son cosas separables. En nosotros conviven la gloria y la miseria, el orgullo y la humildad, la ternura y la agresividad. Las circunstancias nos ponen a veces en situación de tal manera que instintivamente y de golpe saltan a la primera fila en momentos decisivos, e, inopinadamente, nuestro valor y nuestra capacidad de reacción o resistencia ocupan un primer plano en nuestra acción.
Pero, como los golpes o las heridas cuando nos enfriamos, la vida nos vuelve a doler y nuestras flaquezas se muestran evidentes. El heroísmo es como un estado transitorio o de “tránsito” místico, que cuando nos devuelve a lo cotidiano y nos coloca en el lugar humilde del que partimos, vuelve a cantar toda nuestra estrechez de miras o nuestra parte más flaca… Simplemente nos descubre humanos. (Nihil humani a me alienum puto, dicen que dijo Terencio).
Y el otro caso es el reciente de los 33 héroes nacionales chilenos, más que héroes, víctimas de la inseguridad en el trabajo y de la avaricia de los dueños de la mina.. (No hay que gastarse tanto dinero en proteger la vida de unos hombres, serían gastos de producción innecesarios, dirán los patronos).
Durante muchos días se ha mantenido la tensión y la esperanza para sacar a los mineros de esa sepultura, donde su heroísmo de no perder la calma, la esperanza y el sentido común sí que ha supuesto un ejemplo de capacidad de supervivencia más que envidiable.
Tras esa exuberancia de medios, recursos, publicidad y prestigios nacionales, la vida de estos 33 hombres, la de sus familias, la de los mineros que quedaron fuera del desastre, posiblemente perderá de aquí a poco todos los tintes de heroísmo para convertirse en una rutina de pobreza y hasta de paro, dada la reticencias de la Empresas propietarias a seguir los protocolos de la OIT para la seguridad en la minas de galería.
En la misma región de Atacama en donde se sitúa la mina, y donde existen más de quince minas que no tienen mejores condiciones de seguridad y apuntalamiento que la que se hundió, la vida recobrará su normalidad que es la de los explotados de siempre, toda una vida de dolor…¿Para un minuto de gloria?
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