Llevo
ya tiempo dándole vueltas a ese pasaje del que me decía mi pariente Antonio
Hens, que es lo que a él le suena como
más exigente y comprometido del Evangelio: “vosotros sois la luz del mundo,
vosotros sois la sal de la tierra”.
El
evangelio es una buena noticia para los pobres,
El
reino de Dios es paz, justicia, bondad, amor, perdón, compasión, misericordia, …
Jesús
“Paso por el mundo haciendo el bien…”
Su
vida fue un entregarse a los demás, un desgastarse por hacer el bien, y dejarnos
muy pocas cosas encargadas: Amaos los unos a los otros como yo os he amado, No
devolváis mal por mal, no hagáis vuestra obras delante de los hombres, orad, no
para pedir cosas sino para que hagamos posible ese reino, y trabajemos por él, pues esa es la voluntad
de Dios (no la inventemos) Respetemos el misterio de Dios, inalcanzable para
nosotros (“estás en el cielo”). Danos lo
necesario, que no nos falte el pan, y que la convivencia sea un perdón
constante, para sentirnos acogidos por el Padre, a quien invocamos:
¡Padre!:
¿de dónde hemos sacado el título de Señor Dios todopoderoso, con que tanta
veces arrancamos a pedir cosas muy extrañas.
Nos
os dejéis llamar maestros, ni padre, ni señores, ni bienhechores… ¿De dónde
hemos sacado el reverendo Señor Don y el Ilustrísimo y Excelentísimo y
Reverendísimo Sr. Para darle título a
los “sirvientes” de la comunidad, (diáconos en griego, ministros en latín).
En la
vida y funcionamiento de la Iglesia, -comenta José
Comblin- la religión ocupa más espacio y tiene mayor importancia que el
evangelio. La religión es un hecho cultural; en cuanto al evangelio, es una
apelación a la acción. En la cultura occidental la religión es más determinante
que el evangelio, que debería ser la fuerza de contestación y transformación de
la cultura de Occidente, sobrecargada de desigualdades, injusticias y
violencia. En Occidente, Jesús es más objeto de culto que modelo de
seguimiento. En la Iglesia sobran ritos y ceremonias y falta la mística del
seguimiento de Jesús que vino para mostrar el camino para que lo sigamos. Eso
es lo básico, es el Evangelio.
Hoy, podemos decir que existe la misma resistencia
al mensaje de Jesús que existía en los tiempos en que Jesús mismo andaba por
los caminos de Judea y Galilea. Los guardianes de las esencias religiosas, del
cumplimiento fiel de los ritos y las normas y tradiciones oponen la misma resistencia
al cambio, a profundizar y a ahondar en un mensaje radical, que, como todo lo
que es exigencia para la conciencia se
empieza a recubrir de añadidos y decorados que acaban ocultando lo fundamental.
Y eso fundamental está rodeado y protegido por
normas, doctrinas, afirmaciones, cánones, dogmas… que le proporcionan cierto
brillo, cierto esplendor, de manera que mas deslumbra que alumbra.
El
papa Francisco ha dicho: “Me dan miedo los cristianos que no caminan y se
encierran en su propio nicho. Es mejor proceder cojeando, cayendo algunas
veces, pero confiando siempre en la misericordia de Dios, que
ser 'cristianos de museo', que temen los cambios y que, una vez que han
recibido un carisma o una vocación, en lugar de ponerse al servicio de la
eterna novedad del Evangelio, se defienden a sí mismos y sus propios
cargos".
Y
Pedro Arrupe, refiriéndose a los jesuitas, decía: “No pretendemos defender
nuestras equivocaciones, pero tampoco queremos cometer la mayor de todas: la de
quedarnos con los brazos cruzados y no hacer nada por temor a equivocarnos”.
Y
Pièrre Teilhard de Chardin, con su visión teocosmoantropocéntrica comentaba: “Nuestro
deber como hombres y mujeres, es proceder como si no existieran límites a
nuestra capacidad. Somos colaboradores en la creación”.
Ese
ser sal, y ese ser luz es estar convencidos de que nuestra actividad no debe
ser conservadora, sino creadora y transformadora. De alguna manera también el
padre Arrupe comentaba en este sentido: “No me resigno a que, cuando yo muera,
siga el mundo como si yo no hubiera vivido”
Y
no se trata de deslumbrar con esa luz, ni se trata de dejar en herencia grandes
obras materiales. Se trata de ser sal, como alguien que se diluye para darle
“sabor a la vida” y ser luz, para que tu presencia haya sido luminosa y
testimonio de las actitudes evangélicas de servicio, de generosidad y de
misericordia.
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