miércoles, 19 de octubre de 2011
Lo diré: también yo me siento indignado dentro de la Iglesia.
Reflexión tras la lectura de la carta de Floren
Movido por un irrefrenable e impetuoso impulso, me atrevo a decir sin más y sencillamente: “¡Hombres de poca fe!”.
Pienso que ya en la Iglesia no creemos en Dios, no creemos en Jesús, no nos fiamos de la palabra del Evangelio. Solo sustentamos nuestra pastoral y nuestra “evangelización” en la propia doctrina, en los propios criterios estrechos y pobres en que llevamos siglos encerrados, merced a una visión paupérrima del hombre redimido por Jesús, amnistiado por Jesús, amado por Dios incondicionalmente, sin tantos prerrequisitos fariseos con que hoy nos tenemos que enfrentar, olvidando la palabra del Señor y atendiendo a nuestras tradiciones humanas.
Miremos el Evangelio, ¡por Dios!, oigamos a Jesús dirigiéndose a los fariseos, diciendo que las prostitutas y los publícanos se nos adelantan en el perdón y en el reino, hablándonos en parábolas tan claras como el agua, pero que las reconvertimos para ajustarlas y adaptarlas a nuestra tradición.
Dale que dale seguimos colando el mosquito, y tragándonos los camellos, adornando nuestros templos, rodeando de oro todo lo que se refiere a Jesús, que en su kénosis y en sus palabras sobre el oro el dinero y los tesoros dejó tan en evidencia la trampa de la tentación que él mismo superó en su desierto.
No podemos permitir que ahora lleve razón Nietzsche cuando decía refiriéndose a los cristianos de entonces y a la iglesia de entonces: “Su redentor los ha cargado de cadenas, ¡quién los redimiera de su redentor!”
¿Cómo se quiere atraer a los jóvenes a una iglesia “infectada” de normativas y estrecha, que defenestra a sus mejores teólogos, que aleja de sí a quienes se comprometen en serio con el dolor de los pobres, con las esperanza de los pobres y que por eso mismo defienden la viabilidad de una teología de la liberación entendida sin tantos prejuicios antimarxistas, frente a una Iglesia jerárquica que no ha querido condenar DEFINITIVAMENTE la perversidad deshumanizadora del sistema capitalista y del neocapitalismo al que sin embargo la propia iglesia se agarra para no renunciar a sus poderes, o para mantener a toda costa lo más rancio de su teología y sus postura reaccionaria de Trento y del Vaticano I con tal de llevar a cabo una contrarreforma y no una verdadera conversión, impulsados por las justas críticas que desde tantos ámbitos se lanzaron frente a una Roma inquisitorial y montada en la riqueza, el poder y la ambición, el lujo y por qué no decirlo, la deshonestidad…?
No se trata de ir para atrás, sino de arriesgarse y aceptar el reto del presente y del futuro confiando también en la fuerza del Espíritu.
¿Cómo vamos a caminar hacia delante, dejando en el baúl de los recuerdos tantísimos principios de apertura de la Iglesia reflejadas en las constituciones y en el resto de los documentos del Vaticano II?
El cariz ritualista-litúrgico, el fomento de las procesiones, las peregrinaciones, la potenciación de las devociones alejadas del compromiso con la vida. La importancia que se da a las formas, a los santuarios, a la “fidelidad litúrgica no son sino una más de las señales de esta lejanía.
HUMANISMO, el humanismo de nuestro Dios manifestado en la humanidad del propio Hijo de Dios, Jesús, es lo único que debe seguir orientando la acción de la comunidad eclesial en su conjunto, y no solamente la actividad clerical y jerárquica. Los laicos, la gente de a pie son aquellos a los que Jesús se acercaba, predicaba, con los que comía, a los que acompañaba y le acompañaban…. ¿A qué viene este miedo a estar ahí?
El más grave de los errores es no moverse por miedo a errar. ¡Tanto miedo a errar con tantos errores cometidos! Vamos a recuperar una necesaria humildad frente a esa orgullosa posesión de la verdad.
Ay de vosotros que recorréis cielo y tierra para hacer un prosélito y luego lo convertís en esclavo de la Gehena… que ni entráis vosotros ni dejáis entrar a quienes lo desean.
Y digo yo. ¿Es que la iglesia no tiene nada que pensar, nada que replantearse, nada de que corregirse? ¿Es la perfección suma? ¡Por díos!, bajemos ya de ese poderío de convertirnos en los únicos intérpretes de lo divino y ser el modelo más sofisticado y obsoleto de intransigencia. ¿Quién puede atreverse a echar la barrera en la frontera en la que los humanos puedan pasar a comunicarse con Dios?
Y finalmente afirmo: La Iglesia, es la madre que me ha dado a Jesús, que me ha trasmitido los evangelios y que me invitó a intentar seguir los pasos de este Jesús de Nazaret…. Y eso es lo que intento. Pero esta postura de la iglesia bonachona parece que siempre nos obliga a usar la diplomacia, la ambigüedad y la moderación en todo, con lo cual parece que nunca acaban de darse por enterados. Ya me da igual que me incluyan en el número de los excluidos, del pensamiento libre o de una artificiosa y despótica excomunión, como en los viejos tiempos. Es verdad que si soy sincero, no acabaría nunca de defender con pasión estas cosas que me parecen la cartilla primera del seguimiento de Jesús y del sentido de su proyecto y su buena noticia.
Si alguien lo ha malinterpretado, lo lamento. La luz y la claridad deben ir unidas a la sinceridad.
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