domingo, 5 de agosto de 2012
La Iglesia ¿perseguida?
Ya va siendo hora de que la Iglesia católica deje de considerarse a sí misma el objetivo de todas las perversidades, persecuciones, denigración, desprecio y va siendo hora de que considere que su verdad no es toda la verdad y ni la única verdad, y ni porque tenga su origen en la sagrada escritura, tenga la potestad de ser árbitro de todos los conflictos, accediendo todo el mundo a concederle inexcusablemente la razón.
Tal error ha llevado a la iglesia durante siglos a establecer unilateralmente las verdades morales, éticas, científicas y naturales, considerando que las demás teorías o percepciones son la pura falsedad, viéndose en el derecho de anatematizar a los –según ella- equivocados, o lo que es peor, a mandarlos a la hoguera, al infierno y condenándolos ante la sociedad como “herejes”. Y no hace falta hacer mucha historia ni volver la mirada al pasado.
Ya va siendo hora de que cambie de chic. Pero por el contrario, la jerarquía eclesiástica parece crecerse cuando menos beligerante se es con ella, porque además mantiene la mala costumbre de acusar, a quienes tienen la osadía de pensar de otra manera, de criticar honestamente maneras antievangélicas o de matizar sus dogmatismos ultramontanos, -de acusar, repito- de no amar a la iglesia.
Esto me recuerda las palabras de una estudiante de Bachilerato: “¡Es increíble! -decía-Para no aceptar que el sistema educativo está enfermo, nos hacen creer que los enfermos somos nosotros”. (Elena Noëlle). O este otro: “no nos enseñan a pensar por nosotros mismos; nos dan respuestas prefabricadas. Tener ideas propias está penalizado”. (Guillem Sánchez)
Si no se hubiera equivocado nunca, yo me concedería a mí mismo el beneficio de la duda, pero la evidencia histórica es tal que nadie debe llamarse a engaño y menos la iglesia misma.
Porque yo me pregunto muchas veces, ¿qué tienen que ver el amor al oro, la plata, la ostentación los ornamentos litúrgicos dorados, las custodias de lujo para alojar al más humilde de los hijos de los hombre –y de Dios- por cierto?: ¿Qué tienen que ver los vasos sagrados de oro, candelabros de plata, tronos, palios, ornamentos, báculos y mitras exuberantes y barrocas, ante la desnudez del que nació en un pesebre y del que murió en una cruz, del que predicó benditos a los pobres , el que anunció que “los publicanos y las prostitutas se os adelantan en el reino de los cielos”
¿En qué quedamos?
Cea-Naharro, teóloga y presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso de Madrid, escribe: “Millones de personas no oyen de los obispos palabras contra quienes les quitan la casa, el trabajo, las ganas de vivir. Peor aún, cuando colectivos cristianos alzan su voz para denunciar la situación económica que causa la fuerte crisis social, la jerarquía los amordaza o desprestigia. Pero el presidente de la Conferencia Episcopal sí se atreve a pedir “espíritu de sacrificio” para afrontar las reformas necesarias” y a arrojar del tempo no a los mercaderes, sino a los pobres deshauciados de sus viviendas, usasndo además las fuerzas del orden civiles.
Tampoco se le ha oído una palabra para arrepentirse del mal ejemplo dado por Cajasur (eclesiásticos y políticos) o para denunciar la deshonesta usura, la avaricia de los ricos que ha arruinado bancos empresas y a pequeños inversores. Ni una palabra. Pero qué casualidad, se siente perseguida, reclama la libertad religiosa y sigue mostrando a ultranza su intransigencia en asuntos que resultan como mínimo tristes.
Por ejemplo, qué pronto han reaccionado ante la idea de tener que pagar el IBI de muchas de sus propiedades. No he visto a gente de iglesia aparecer por un pleno municipal cuando se ha hablado de la precariedad laboral, de la economía sumergida, de los desahucios a los pobres, o de otros asuntos de interés social, pero ante la posibilidad de que perdieran un privilegio, sí que enviaron una “delegación” como aquella que preguntó a Jesús: ¿Es lícito pagar el tributo al César?
Lamento de verdad ´-siempre lo digo, y lo digo sinceramente- tener que hablar de la Iglesia, pero la sinceridad, y la conciencia me obligan. Los cristianos somos seguidores (aunque sea de lejos) de Jesús de Nazaret, que aunque fuera exaltado como “Señor”, nunca ha dejado de predicar el servicio, nunca exigió que se arrodillaran ante él sino que él se arrodilló ante sus discípulos para enseñarles que no es el discípulo más que su maestro, ni el criado más que su amo. El que se abajó hasta hacerse como uno de tantos… ¿Necesita que nosotros lo exaltemos sobre los tronos del oro plata y lo rodeemos de tesoros de valor material? Atesorad en el cielo donde el orín y la polilla no roen ni destrozan.
Y oigan, que no somos ciegos. Sabemos de sobra lo que hacen los cristianos en bien de los desfavorecidos. Conocemos a cientos de creyentes en las fronteras del dolor humano, de la pobreza, del hambre, entre los refugiados, y los leprosos… Pero no cabe el chantaje para justificar lo que siempre cabe reinterpretar sin aspavientos a la luz de las palabras de aquel pobre que fue Jesús de Nazaret.
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