sábado, 22 de noviembre de 2014
El humanismo como medida de las religiones
No cabe duda de que las religiones son un producto humano, (Mi profesor de metafísica no lo consideraba algo esencial al ser humano, sino producto del ex´sistir, un existencial) aunque con un referente a la Trascendencia, denomínese ésta como se quiera, porque ante el hecho metafísico, todos los seres humanos y todas las religiones tienen el mismo tropiezo, escalón o conflicto. Dios –tome el nombre que tome, según culturas, religiones o civilizaciones- es Inasible, Inmanipulable, Absoluto, Infinito y en todo caso fuera del alcance de la mente humana. Los teólogos afirmaron entre ellos Santo Tomás de Aquino, que solamente cabe hacer teología negativa, es decir solo podemos afirmar lo que Dios no es.
Hablar de un “concepto de Dios” ya es una verdadera contradicción porque indicaría que ha quedado encerrado en una definición. Y si aceptamos que podemos “de-finir” a Dios es que le hemos puesto límites y fronteras. Y si nos empeñamos en ello lo único que garantizamos de esta manera es que Dios es un con-cepto, es decir ha sido concebido por la mente humana.
Esto constituiría lo que en cierta ocasión dijo Feuerbach. El hombre ha creado a sus dioses a su imagen y semejanza.
Habría que recordar con frecuencia aquel mensaje que san Agustín recibe del niño que jugaba en la playa queriendo agotar el agua del mar echándola con una concha sobre un pequeño agujero… “Si piensas que es imposible que el agua del mar quepa en este agujero, ¿cómo pretendes encerrar el misterio de Dios en la pequeñez de tu cabeza?
Un principio universal de la mayoría de las religiones y los movimientos místicos y proféticos se resume en aquello en que incide también Jesús en el Evangelio. Ama al prójimo como a ti mismo. No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. O el mandato que dio Jesús en la Cena: Amaos unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos. O lo que dijera Agustín de Hipona: Ama y haz lo que quieras.
La simpleza de los primeros mandatos de las religiones se enfrenta a la complicada tramoya en que se han convertido los preceptos múltiples con que las religiones nos asedian. Naturalmente todo ese montaje de realidades colaterales se “justifica” de muy diversas maneras para darles los visos de autenticidad y validez universal.
“Para haber un solo Dios, -escribió en cierta ocasión A. Gala- hay demasiadas maneras de adorarlo, y lo primero que habría que preguntarse es si Dios en realidad quiere “ser adorado”.
No basta con saber –que me parece fundamental- que en la fe cristiana Dios se ha hecho Hombre, Dios se ha humanizado, Dios ha revelado su Humanidad, o su filantropía de la que habla expresamente San Pablo, quien añade además que Dios asumió una “kenosis”, es decir un vaciamiento de sí mismo para tomar la condición humana, haciéndose uno de tantos.
Después todo se ha divinizado, todo se ha sacralizado. Luego no hemos querido ver a Dios hecho un esclavo, sino que le hemos elevado de nuevo a la categoría de la que Él se despojó.
Fue esta ausencia de Dios inmaterializado la que despertó la tentación de los hebreos en el desierto hasta considerar una necesidad realizar una representación de la divinidad mediante un “becerro de oro”. Esta tentación es permanente en los humanos: si dios es inasible, hagamos algo a lo que podamos agarrarnos, si Dios es invisible, hagamos una imagen, un icono a través del cual lo podamos imaginar.
Posiblemente una de las más profundas revelaciones del Génesis es que dios modeló al ser humano a su imagen y semejanza, es decir les infundió un soplo de su ser espíritu. Y al otro extremo de los libros reveladores –como me gusta llamarlos- está el Nuevo Testamente en que Dios mismo se revela en forma humana, como la plenitud del Hombre, como el ser en el que habita la plenitud de la divinidad.
El Logos (el principio creador) se hizo debilidad (kai logos sark egeneto) y en le ángelus cada día concluimos con esta hermosa verdad: “y habitó entre nosotros”.
Si a una religión no la caracteriza su humanismo, el respeto a la vida humana, la consideración de todo otro como un hermano… ¿Vale para algo o sirve de fundamento para una forma de vida?
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