miércoles, 7 de septiembre de 2016

De filias y fobias

Pienso que en la vida hay que enfrentarse a numerosas situaciones en las que cada uno toma la decisión de optar por una respuesta o una visión sobre cualquier tema o asunto que no necesariamente va contra la otra visión, sino que no la comparte y mantiene una línea de pensamiento que no tiene por qué ser compartida por otros, pero tampoco necesariamente tildada de falsa o negativa. Esto ocurre muy habitualmente en el terreno de las ideas políticas e incluso en determinadas teorías económicas. Afortunadamente no todo el mundo piensa igual, y en la confrontación y el debate de las ideas se encuentras manera de convivencia y de solución de problemas que nacen precisamente de encontrar una línea o un espacio abierto desde los que mirar y no sólo un punto de vista que necesariamente es límitado. Un ejemplo claro es la visión que sobre el sistema capitalista hay en la sociedad, desde los que lo defienden como lo único posible y quienes creen que aun teniendo sus valores no resuelve los problemas de las mayorías en razón del principio mismo o base del capitalismo (invertir dinero para ganar más dinero) con lo que lleva necesariamente al aumento constante de la desigualdad. Hay que reconocer que existen también posicionamientos distintos ante el hecho de la homosexualidad. Esa diferencia de percepción del hecho homosexual, (léase también lesbianismo, transexualidad y bisexualidad) no tiene por qué traducirse en homofobia ni entenderse como tal. De modo parecido hay quienes ante el hecho de la liberación de la mujer (lo que ellos llaman “ideología de género”) lo perciben como un camino que lentamente arrebata a la mujer su papel natural de madre y educadora y en ese sentido no comparten al menos en parte esa llamada ideología, porque la perciben como una manipulación que acabará con las peculiaridades y características de la mujer. Cuando hablan en ese sentido, su discurso puede ser considerado “políticamente incorrecto”, pero una forma de disentir, no tendría por qué generar una “fobia” contra otra manera de entender la perspectiva de género, porque expresar una opinión contraria no debe considerarse en si mismo una forma de fobia. Lo mismo que no se debe ser homófobo, tampoco nadie puede obligar a alguien a ser homofílo, en el sentido de que comparta todos los planteamientos que se hagan desde movimiento gay (GLBT). Lo obligado es mantener un nivel de respeto y de consideración hacia el diferente, porque lo que debe caracterizar nuestras relaciones sociales es el respeto al otro y en último caso una manera tolerante de aceptar las diferencias. De cualquier manera ningún tipo de “pensamiento único” ha de imponerse a la sociedad en su conjunto. Eso podría convertirse en una forma de fanatismo que por principio es una manera de no aceptar a los que no piensan o son como yo. Hemos de decir no a la homofobia en el sentido de cualquier agresión, insulto o ataque personal a alguien por su orientación sexual. Pero también decimos no a que esto signifique caer en un pensamiento único en el que se admita la visión monolítica favorable a la práctica homosexual como un hecho ideal y positivo y a promocionar en el contexto social, sin poder disentir con respeto de esta idea. Hasta el punto de que se condene a cualquier disidente de este pensamiento políticamente correcto como homófobo, y por lo tanto a perseguirlo en nombre de la tolerancia. En otro terreno. Hagámonos algunas preguntas al caso. Si soy vegetariano, y creo que es mejor no comer animales, no por eso me convierto en carnófobo. Si defiendo la fidelidad en el matrimonio, y por lo tanto no me parece bien el adulterio, ni la promiscuidad sexual ¿soy heterófobo? Si opto por votar en estas elecciones a Unidos Podemos porque sus ideas y planteamientos me parecen coherentes, ¿tengo que “odiar” las otras opciones y convertirme en un sociófobo, en un pepéfobo o en un ciudadanófobo. Este problema se produce a veces frente al pensamiento moral cristiano. Si uno entiende como cristiano que la Biblia contempla el matrimonio como sólo entre un hombre y una mujer, y no entre dos personas del mismo sexo, ¿por eso es homófobo? Da la impresión que se castiga al que no es homófilo. ¿No será que estamos cayendo en el pensamiento correcto único y la disidencia se persigue como intransigencia y con intransigencia? ¿No será que estamos confundiendo relativismo con fundamentalismo? Lo más complejo se presenta, precisamente, cuando se trata de creencias religiosas, y los criterios de fe se confrontan con actitudes éticas que pueden entrar en conflicto con esas “verdades de fe”. Así que en ese sentido, defender una verdad de fe fundada en creencias religiosas nunca ha de convertirse en un rechazo o menosprecio a las personas. Precisamente desde el criterio del amor, el creyente debería estar obligado a amar al que disiente y a no juzgarlo, aunque no tenga por qué compartir los principios por los que el otro guía su vida. En todo este asunto es necesario un gran respeto a la persona y un gran sentido crítico respecto de los principios, no mezclando lo personal con lo doctrinal.

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