viernes, 23 de octubre de 2009

Otra vez a propósito de Ágora

Que la película Ágora pretenda ser estrictamente histórica, no creo que le haya pasado por la cabeza ni a Amenábar ni a nadie.
Que un cineasta, que pretenda dar que hablar fabricando una película con garra y debate y, escoja de la historia aquello que pueda expresar mejor unos determinados puntos de vista y que destaque algunos elementos sobre otros, tampoco es nada nuevo bajo el sol entre creadores de literatura, cine, pintura, arquitectura, etc.
Pero a mí me da la impresión de que aquello de D. Quijote: “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho” va a seguir teniendo razón, porque a veces (la iglesia) ni acepta la verdad de su historia –en la película sin duda no se es fiel literalmente a la historia- ni entiende la libertad de los creadores para hacer interpretaciones libres de ella, cuando no son historiadores. Pero tampoco responde necesariamente a la intención de que está todo inventado para machacar a los cristianos.
El que Hypatia sea una especie de excusa y se la haya adaptado a un guión cinematográfico, tampoco debe resultar nuevo. Lo que siempre parece evidente a los cristianos –bueno, a determinados cristianos al menos- es que con todo se pretende un ataque, una destrucción, provocar un desprecio, sembrar el desprestigio de la jerarquía de la iglesia, etc.
Una novela es una novela, una película es una película, un cuadro de Picasso es un cuadro de Picasso. Y la historia de la Iglesia tampoco es exactamente la historia de la iglesia que la iglesia ha explicado siempre. No porque mienta o la falsee expresamente sino porque no se entra en los intereses ocultos, las discordias internas, y por algo se guardan con determinado secreto algunas decisiones o no se acepta la más mínima crítica a algunas posturas mantenidas en la Iglesia respecto de la teología, de la disciplina y de otras realidades.
Lo que me parece a mí es que hay una suspicacia, a consecuencia de la general desafección que muchas decisiones de la iglesia provocan en multitud de fieles y por supuesto en mucha gente normal y corriente, no necesariamente fiel.
Lo que a veces pienso es que –tal como se presenta la institución eclesial- o se sigue la pauta ultramontana*, tradicionalista, y de “fidelidad incondicional a los principio de la iglesia”, o enseguida cualquiera es bueno para convertirse, no en un crítico o un amable corrector, sino en un implacable enemigo público… Estas actitudes no hacen sino confirmar lo que a veces se presenta como “normal” en esta película como en otras que tocan algún tema en que la iglesia puede ver rozados sus dogmas, sus principios o su manera de ver y de pensar. La Iglesia no es intocable, más que para aquellos que creen que así como está, lo es por voluntad de Dios; los demás no tienen por qué sumarse a esa visión religiosa o teológica.
Yo destacaría que la Iglesia, está tomando la postura o el papel de víctima perseguida, cuando simplemente existe una discrepancia y un cierto divorcio entre la sociedad civil y las estructuras religiosas. El cristianismo es salvable, el Islam es salvable, el judaísmo es salvable; pero de ninguna manera cualquier forma de dogmatismo o fanatismo excluyente de esas confesiones es admisible en una sociedad plural y abierta.
Tampoco la sociedad puede ser intolerante con los auténticos valores humanos y éticos
que pueden representar las confesiones religiosas. Pero nada puede impedir que sea crítica con los aspectos que considera negativos o faltos de razonablilidad.
Es importante matizar y poner cada cosa en su sitio. El artículo de Jesús Trillo Figueroa que he leído en LA RAZÓN.es y que corre por los reenvíos de correo electrónico, abunda en esta postura y, aunque en algunos asuntos no le falte la razón en cuanto a determinados datos de la historia, no se reconoce el aspecto de fantasía que casi siempre rodea a películas que ponen su fundamento en acontecimientos complejos de la historia, ni que la narración cinematográfica no es un reflejo fiel de hechos sino un montaje adecuado a ese tipo de lenguaje. Repito finalmente lo dicho. Atrevámonos a poner cada cosa en su sitio sin extrapolar las intenciones o sacarlas de contexto.
23 de octubre de 2009

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