domingo, 18 de octubre de 2009

Camino

Voy un poco con retraso en esto del cine. Anoche vi y oí la película Camino. He tenido unas sensaciones dolorosas como consecuencia de la cantidad de falacias,, mentiras, tergiversaciones y autoengaños con que una parte notable de los personajes relacionados con la Obra se defienden hipócritamente de las evidencias, y cómo se recurre a una devoción edulcorada y facilona, de sometimiento y sumisión o de aceptación de la tantas veces absurda, llamada con absoluta ligereza, “voluntad de Dios”.
La Cenicienta es la obra que preparan sus compañeros de clase, es la obra en la que sueña Camino; ahí quiere entrar porque allí está aquel de quien ella “natural”, que no sobrenaturalmente, está enamorada. De ese amor sencillo, y cuasi platónico, vive y se sostiene Camino; ese es el verdadero Jesús que la mueve, aceptando a regañadientes los estrechos y fundamentalistas planteamientos de su madre.
Sólo dos personajes mantienen el tipo y la hondura de la dimensión humana en la que todo ha de moverse –sin abandonar los referentes sobrenaturales, vale- pero evitando que la beatería y un falso concepto de Dios, absurdo y alienante, acabe con la verdadera esperanza y con una visión verdaderamente objetiva de la vida y sus tragedias: son José y Camino. José María es el padre de Camino y Don José María es el Padre del Opus, y el Padre -con mayúscula- del cielo queda demasiado lejos, es demasiado sordo para atender las pequeñas cosas, como la cajita de música, las cartas que nunca llegan porque una mujer como la madre obsesionada por no se qué concepto de la pureza o la entrega las intercepta como interceptó las de su hija Nuria, “metida con calzador en la Obra” y sometida a una disciplina hipócrita y absurda, con no pocos matices de servidumbre.
La madre, como los sacerdotes del Opus que intervienen en la historia, son una fábrica de montar disparates teológicos, tan lejanos al espíritu evangélico que da verdadera pena pensar que haya personas que se sienten felices aceptando unos principios de relación con Jesús y con Dios Padre, tan poco cercanos al concepto del “Padre del hijo pródigo”, del “Buen pastor” que va en busca de la oveja perdida, basando, por el contrario, esta relación en una confusa teología del sufrimiento. De esa teología ya me ocupé con ocasión de aquella película de Mel Gibson sobre la pasión de Jesús, concibiendo a Dios más como un sádico y un perverso personaje que nos ama destrozando nuestra esperanza, y cuyos designios los interpretamos en base a nuestra miope visión.
Tendremos que cambiar de Dios, como apunta Casaldáliga, porque en parte este que hemos anunciado y que por desgracia la jerarquía eclesiástica potencia, pienso que parece un ídolo más, alimentado por un entorno y un pensamiento psicópata y destructivo.
Hace tiempo, con motivo de la muerte de un amigo hacía estas reflexiones a la familia:
Morir siempre es un trago doloroso, sólo vale entenderlo como la consecuencia de la fragilidad de nuestra condición humana, como una consecuencia de la desestructuración de nuestro organismo y de nuestro ser por los más inverosímiles motivos. Nunca cabe atribuirlo, ni de lejos, a una decisión divina que nos roba la vida por no se sabe bien qué extraños motivos para gloria suya.
Nuestro Dios, al menos así entiendo yo al Padre de Jesucristo, no puede ser un ser que goza o se gloría en el dolor, el sufrimiento o la muerte. Eso seria más propio de un sádico o un psicópata que de un Dios que ama la vida y que considera la libre donación de la vida el signo más grande y más sagrado que puede hacer un ser humano.
¡Bien, Camino! En el último momento, cuando tus compañeros escenificaban la Cenicienta, tú corrías de vuelta a casa, danzando con tu príncipe, tu compañero Jesús, y te fundiste con él en un abrazo que consagraba tu amor, y luego te esperaba otro abrazo: el de tu padre, ese hombre del bigote, humilde y paciente que te había filmado en tus momentos felices y en los momentos duros, pero también el que te traía guardada la carta de tu amigo, y la caja de música que tu madre, obtusa, había escondido como una frivolidad. Todo ello sin negar la hermosa posibilidad de encontrar al otro lado de la muerte a Aquel que nos ama y que constituye el fundamento de nuestra fe.
De estos dos modelos de entender la vida que nos presenta esta película, ¿qué es lo verdaderamente maravilloso?
17.octubre 2009.

2 comentarios:

  1. No he visto la película de la que hablas en este artículo, pero me detengo a comentarte en relación al apunte sobre la muerte y el dolor y la concepción que pueda tener Dios de ello para con unos seres mortales cúspide de la Creación.

    Como Padre que es Dios, no creo que tenga rasgos psicópatas ni destructivos, y por lo tanto no goce con el dolor de sus criaturas, sino que permite el sufrimiento y el dolor al igual que un padre no le da a su hijo todo lo que desea.

    Quienes dicen que Dios no tiene compasión ni misericordia por permitir que pasen las degracias del mundo, ¿prefieren que Dios fuese un arbitro proteccionista que coartara cada una de las innumerables ocasiones de dolor a la que está expuesta una persona en esta vida? ¿Qué mérito tendría el hijo que protegido excesivamente por su padre no se equivocara, no sufriera y por lo tanto no valorara nada esa protección? ¿Encuentra un niño algún sentido a que su padre o su madre no le dejen ver la tele? O hablando de algún dolor físico ¿le encuentra sentido ese mismo niño cuando le ponen una inyección en el médico, o le dan un cachete, o cualquier otro dolor que los padres pueden evitar?

    No, el niño no le encuentra un sentido en ese momento, aunque efectivamente lo tenga. E igualmente creo que todos andamos buscando razonamientos acerca del dolor que permite Dios, pero lo hacemos con argumentos equivocados.
    Tanto es así, que las religiones no niegan el sufrimiento, y salvo el budismo, no tratan de evitarlo en el camino de la búsqueda de la felicidad.
    Personalmente, creo que es un error, muy humano además, evadir o negar el dolor o el no darle ninguna transcendencia o el dársela siempre como sentido negativo, fruto de un concepto de felicidad egoista y poco servicial.


    Aprendemos del dolor e igual debemos aprender de la muerte, e igualmente de la muerte de Jesús, pues el cristianismo se basa en su muerte y su resurrección como plan de Dios aceptado voluntariamente por su Hijo, profetizada desde mucho antes, y anunciada por Él mismo a sus discípulos. ¿O fue la de Jesús una muerte sin designio ni sentido?
    Y tenemos la obligación intelectual de encontrarle algún sentido a la muerte humana y al dolor, al sufrimiento... En este caso estaríamos hablando en un plano filosófico y/o religioso que es el único que puede encontrar respuestas aceptables al "problema del dolor".

    Por último, como todo esto del dolor puede ser muy extenso, a mí me gustó mucho un libro que leí hace algún tiempo. Te lo recomiendo.

    C. S. Lewis "El problema del Dolor"

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Amigo R.C.Creo explicarme con claridad cuando digo literalmente sobre el sufrimiento o la muerte: "Nunca cabe atribuirlo, ni de lejos, a una decisión divina que nos roba la vida por no se sabe bien qué extraños motivos para gloria suya", y me reafirmo en ello, sin que por eso no considere que el sufrimiento nos posibilita el crecimiento y nos ayuda a madrurar y nos fortalece, por una decisión firme de asumirlo y asimilarlo... Pero es muy peligroso entenderlo -al menos así lo veo yo con gran claridad- a un "regalo de Dios" y como que es su voluntad y su deseo que nosotros suframos. Eso es un error. O tú o yo tendremos que cambiar de dios. Sé que en este tereno es difícil que no se despierten suceptibilidades y rechazos. Pero sigo pensando que soy coherente.

    ResponderEliminar